Dieciocho pulgadas
«Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren»
(Juan 4:24).
Son tan solo 18 pulgadas, es decir, 20 centímetros; sin embargo, es una de las distancias más difíciles de atravesar: es la distancia que existe entre el cerebro y el corazón. Y hablando de esa «distancia», hace unos años que me di cuenta de que había una «distancia», es decir, una discrepancia entre lo que yo creía en mi mente y lo que sentía mi corazón. Entonces, comencé a orar pidiéndole a Dios que la verdad «cayera» de mi cerebro a mi corazón como una fruta madura atraída hacia el suelo por la fuerza de la gravedad.
Cierto día, mientras escuchaba la canción de J. J. Heller «God is still here» [Dios sigue aquí], me di cuenta de que muchas personas tenemos problemas con esas 18 pulgadas. En esa canción, se le pide a Dios que «la verdad que está en la cabeza baje al corazón», para dejar de sentir miedo y ansiedad. Mientras nuestro corazón y nuestra mente sigan batiéndose a duelo, incapaces de ponerse en sintonía, no tendremos paz. Si hay un yugo desigual en el matrimonio entre la mente y el corazón, seremos como una casa dividida contra sí misma, que no puede obtener la victoria. Es absolutamente imprescindible que la verdad bíblica que creemos en nuestras cabezas despierte el amor en nuestro corazón.
A muchas mujeres nos han enseñado desde bien pequeñas a desconfiar completamente de nuestras emociones y a vivir nuestra fe como un acto de racionalidad pura; sin embargo, ¡hasta los demonios creen y tiemblan! (Sant. 2:19). Tener un conocimiento teológico correcto acerca de Dios es muy importante. Claro que, a menos que el corazón esté empapado del amor de Dios, nuestra vida espiritual estará seca y cuarteada. Necesitamos adentrarnos más en el océano del amor de Dios, no simplemente leer acerca de ese océano.
Señor, por favor alinea mi mente y mi corazón para que tiren del carro de mi vida en la misma dirección. Quiero conocerte más, pero también tengo miedo. Es mucho más fácil leer acerca del océano que atreverme a adentrarme en él y mojarme por completo. Solo tú puedes obrar el milagro. Tómame de la mano, Señor. Condúceme a lo profundo de tu revelación. Llévame adonde ya no haga pie, donde mi mente sola no alcance. Llévame donde tenga una experiencia transformadora completa: de la mente y del corazón.