El arte de perdonar
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34).
Nada puede decirnos más sobre nuestra espiritualidad que lo que sentimos cuando alguien que nos ha lastimado, o un ser querido, muere.
Mis amigos y yo teníamos un profesor que, a pesar de sus buenas intenciones, no lograba conectar con nosotros. Unos años más tarde, corrió la voz de que había muerto. Cuando un pastor contactó a su esposa para ofrecerle sus condolencias, resultó que el hombre estaba vivo. Lo curioso es lo sorprendidos que estaban los padres de lo contentos que los alumnos se pusieron al enterarse de la (falsa) muerte.
Hace unos años, leí que alguien que le hizo daño a un amigo mío había muerto. Tuve que confesarle a Dios que lo que menos sentí cuando me enteré fue tristeza. No necesariamente tenía que llorar por la noticia, pero mi satisfacción por la muerte definitivamente no era obra del Espíritu Santo.
El perdón es tal vez la disciplina cristiana más difícil de dominar.
En la película Atrapa el fuego, basada en la historia real del sudafricano de raza negra Patrick Chamusso, este es falsamente acusado de participar en ataques terroristas contra el gobierno durante la era del Apartheid. Un agente de la policía lo tortura para tratar de sacarle una confesión y casi lo logra cuando amenaza a su familia, pero finalmente es liberado sin cargos. Chamusso decide entonces convertirse exactamente en aquello de lo que se le acusaba, y viaja a Mozambique para unirse a un grupo militante antiapartheid.
De regreso en Sudáfrica, coordina un ataque con bombas parcialmente exitoso a una refinería de petróleo. Sin embargo, es capturado y torturado nuevamente, y sentenciado a veinticuatro años de prisión en la desolada isla Robben, frente a la costa de Ciudad del Cabo.
Pocos años después de su sentencia, el Apartheid finalmente cae y Chamusso es liberado. Había pasado ya diez años como prisionero. La película muestra a Chamusso topándose por casualidad con el agente de policía que lo torturó. En el momento pasa por su mente vengarse, pero decide que eso no resolvería nada, sino que más bien profundizaría su propio dolor.
En un breve epílogo, la película toca lo que, para mí, es la parte más valiosa de la historia de Chamusso: la transformación que genera su decisión de perdonar. Se vuelve a casar y, con su esposa, se hace cargo de decenas de huérfanos con sida. El perdón le dio la fuerza emocional para dar amor.