“Convertiré las tierras secas en un jardín”
“Convertiré las tierras secas del desierto en un jardín, como el jardín que el Señor plantó en Edén. Allí habrá felicidad y alegría, cantos de alabanza y son de música” (Isaías 51:3, DHH).
Uno de mis mayores deseos al llegar a Roma, Italia, era visitar uno de sus lugares más emblemáticos: el Arco de Tito. Ubicado sobre la Vía Sacra y muy cerca del Foro, ese monumento conmemora la victoria de Tito sobre Jerusalén en el año 70 d.C. Una de las atracciones del arco, son los detalles del relieve que muestran a soldados romanos cargando el candelabro hebreo. Ese relieve constituye una de las representaciones más precisas de ese estilizado mueble. Aunque el templo de Salomón tenía diez candelabros (ver 1 Rey. 7:49), pareciera que el segundo templo solo tuvo uno, puesto que 1 Macabeos, una fuente histórica judía, dice que cuando Antíoco Epífanes profanó el Santuario, se apoderó “del candelabro” (1:21). Años más tarde, cuando se reinauguró el templo, se volvió a instalar un solo candelabro. Es casi seguro que el templo de Herodes, el que fue destruido por Tito, solo tuviera un candelabro, y quizá por eso solo aparece uno en el arco.
Uno de los elementos distintivos del candelabro eran sus copas con forma “de flor de almendro” (Éxo. 25:33). El almendro era el primer árbol en florecer, “el presagio de la primavera”. No es casualidad que en Éxodo 40:24 se nos diga que el candelabro fue colocado “al lado sur del santuario”. ¿Por qué al lado sur? El sur, en hebreo néguev, encierra la idea de “una ‘zona de terror’, una ‘tierra de dificultades y angustia’ ”.⁴⁵ Y ahí fue donde Dios colocó el candelabro con sus flores de almendros.
El candelabro proclamaba que no hay espacio en esta tierra que no pueda ser alumbrado y transformado por la presencia del Señor. Al estar colocado en el sur, la tierra seca de dificultades y angustia, nos recuerda la promesa divina: “Convertiré las tierras secas del desierto en un jardín, como el jardín que el Señor plantó en Edén” (Isa. 51:3, DHH).
Ahí, en medio de la sequedad espiritual que sentimos, en medio de nuestro desierto personal, la presencia divina puede producir en nosotros “frutos dignos de arrepentimiento” (Mat. 3:8). Hoy el Señor puede dar inicio a una permanente primavera espiritual colocando su luz en nosotros.
45 Willem VanGemeren, ed., New International Dictionary of Old Testament Theology & Exegesis (Grand Rapids, Míchigan: Zondervan Publishing House, 1997), p. 976.