El primer submarino utilizado en la guerra
“El hombre es como la hierba, sus días florecen como la flor del campo: sacudida por el viento, desaparece sin dejar rastro alguno” (Salmo 103:15, 16, NVI).
Hacía ya cuatro años que se estaba peleando la Guerra Civil estadounidense. Tanto el Norte como el Sur buscaban victorias decisivas por tierra o por mar; y finalmente, el éxito llegó para el Norte, pero de una manera muy inusual. El primer ataque submarino a un barco enemigo de la historia se produjo en plena noche el 17 de febrero de 1864, y no se repetiría hasta la Primera Guerra Mundial, medio siglo después. Este ataque fue realizado por un submarino apodado Hunley, comandado por el teniente Dixon. La embarcación era diminuta en comparación con los típicos submarinos que se usan hoy: solo un metro y medio de ancho, un metro y medio de alto y doce metros de largo. Sin más medios de propulsión que su hélice manual, que requería el esfuerzo de ocho hombres, su velocidad máxima era de solo cuatro nudos (menos de 8 kilómetros, o 5 millas, por hora). Sorprendentemente, no estaba previsto el almacenamiento de aire a bordo.
El fatídico ataque se llevó a cabo contra un barco llamado U.S.S. Housatonic, que descansaba frente a la costa de Charleston, en Carolina del Sur. El Hunley consiguió hundir el barco enemigo confederado haciendo estallar un torpedo bajo su casco, matando a 32 hombres en el proceso. De forma bastante inesperada, el submarino también se hundió, por una apertura en la escotilla de proa. La explosión inundó el pequeño submarino, llenándolo de agua y ahogando a toda la tripulación. Durante más de 130 años, nadie supo lo que había ocurrido con el Hunley. Los buscadores rastrearon el puerto de Charleston durante décadas hasta que finalmente se toparon con su largo y estrecho cuerpo en 1995.
La guerra es una tragedia que ha estado presente durante mucho tiempo. Al igual que los tripulantes del Hunley y del U.S.S. Housatonic, en todas las guerras de la historia se sacrificaron, a un costo escandaloso, la vida de los hombres y las mujeres que lucharon tanto de a pie como en caballos, carros, arietes, barcos, submarinos, aviones, helicópteros. Sus vidas se han desvanecido como la hierba y las flores comunes y corrientes. Pero, los ataúdes envueltos en banderas no son el final para aquellos que han elegido vivir para Dios. Esta vida temporal, llena de guerras, no es todo lo que hay. Es solo un campo de entrenamiento donde encontramos el bien y el mal, la felicidad y el dolor, el sentido y el azar.
Sea lo que fuera lo que nos ocurra en esta tierra, podemos sonreír, sabiendo que hay otra vida mucho mejor por venir. ¡Qué estímulo saber que lo mejor está a la vuelta de la esquina!