“Recuerda el pato”
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:33, 34).
A Juancito no le gustaba lavar los platos; mucho menos cuando Sally, su hermana, se lo pedía. Pero esa tarde, justo después del almuerzo, Juancito aceptó sin chistar la tarea que tanto detestaba. ¿Qué había producido en él semejante cambio?
Max Lucado nos cuenta la historia (In the Grip of Grace, p. 176.). Dice él que esa mañana Juancito había estado practicando puntería con su honda. Como de costumbre, no había acertado ni una sola vez. Ya de regreso a casa, Juancito divisó a lo lejos al pato favorito de la abuela. Seguro de que una vez más fallaría, apuntó con su honda, y disparó. ¡La piedra dio justo en la cabeza del pato, y lo mató! Sin saber qué hacer, Juancito escondió “el cuerpo del delito”, pero cuando miró alrededor, observó que Sally había presenciado la escena. En ese momento comenzó la tortura.
Cuando, más tarde ese día, la abuela le recordó a Sally que debía lavar los platos, ¿qué crees que hizo Sally?
–Juancito me dijo que él los quería lavar. ¿Verdad, Juancito?
Y, mientras esto decía, Sally susurró a Juancito: “Recuerda el pato”.
Sin protestar, Juancito lavó los platos ese día, y también el siguiente, y el siguiente… Cada vez que quería acabar con la tortura, ella susurraba: “Recuerda el pato”. Hasta que un día Juancito decidió confesar su pecado a la abuelita. No imaginó la sorpresa que lo esperaba. Resulta que desde el primer día la abuelita lo sabía todo, pues ella había estado mirando por la ventana cuando él accidentalmente mató el pato. Pero no solo sabía del accidente, sino también de la extorsión de Sally.
–Ya me estaba preguntado cuánto tiempo ibas a permitir que Sally te siguiera esclavizando.
Desde el primer día Juancito ya había sido perdonado, pero su conciencia lo estuvo martirizando todo el tiempo. ¿Por qué? Porque, como bien dice Lucado, ¡estuvo prestando atención a las palabras de su acusador!
¿Has estado tú cometiendo el mismo error? Cuando, por haber pecado, Satanás te quiera acusar, y te quiera hacer creer que no hay esperanza para ti, recuérdale nuestro versículo para hoy: nadie te puede acusar, mucho menos condenar, porque Cristo murió por ti, resucitó por ti, y ahora está intercediendo por ti. ¿Se puede pedir más?
Bendito Jesús, gracias porque tu sangre preciosa me ha limpiado de todo pecado y de toda maldad. Y ya perdonado, ¿quién me puede acusar? ¿Quién me puede condenar?