Lunes 06 de Diciembre de 2021 | Matutina para Adolescentes | Agua de vida – parte 1

Agua de vida – parte 1

“De modo que llegó a un pueblo de Samaria que se llamaba Sicar. […] Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo” (Juan 4:5, 6).

El sol le abrasaba el rostro mientras atravesaba la ciudad. El polvo que levantaba el viento se arremolinaba alrededor de sus pies. No miraba ni a la derecha ni a la izquierda; no le interesara ver a nadie en el momento más caluroso del día. Hacía mucho tiempo que había desistido de la idea de unirse a las mujeres, que entre risas y chismorreo sacaban agua del pozo de Jacob cada mañana y cada tarde. Era una mujer de pocos amigos, pero en parte por culpa suya. Cuando se tiene mala reputación, uno tiende a alejarse de los demás, y ella ya había experimentado bastante dolor. La Biblia no dice mucho sobre la mujer samaritana del capítulo 4 de Juan, excepto que se había casado cinco veces.

¿Quién puede adivinar la emoción (o el miedo) con el que comenzó su primer matrimonio siendo apenas una adolescente? Como en ese entonces un hombre podía divorciarse de su esposa por cualquier trivialidad, como dejar quemar la sopa, es posible que algo así explicara su primer fracaso. Quizá su padre arregló otro matrimonio para ella, pero tampoco funcionó. Es probable que al menos una vez haya sido víctima de violencia física. Quizás uno de sus maridos murió. A medida que pasaron los años, el trabajo arduo, la decepción, incluso el fracaso, afectaron su apariencia. Pero mucho antes se había venido abajo la autoestima de su juventud, disuelta entre amarguras y desesperanzas. Después de invertir sus ilusiones en cinco matrimonios, se dio por vencida, y simplemente se mudó con el último hombre dispuesto a darle refugio.

No podía alegrarse al ver a un hombre, un desconocido, sentado en el borde de piedra que rodeaba el pozo de Jacob. Estaba deseosa de tomar un trago de agua clara y fresca, pero tendría que esperar hasta que él se fuera. Para empeorar más la situación, al acercarse notó que se trataba de un judío. Si tan solo la sombra de un samaritano caía sobre un judío, este necesitaría someterse a lavados especiales para limpiarse de la impureza. Bueno, ella no estaba dispuesta a esperar por nadie. Sacaría el agua que necesitaba y seguiría su camino.

Acercándose al pozo por el lado opuesto para evitar al extraño, se inclinó para bajar el cubo. En ese momento comenzó la mayor experiencia de su vida.

–¿Podrías darme un poco de beber? –le preguntó el hombre.

Continuará…

PW

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