Cuando es necesario decir “no”
“Baste con decir claramente ‘sí’ o ‘no’. Pues lo que se aparta de esto, es malo” (Mat. 5:37).
Los niños son intuitivos y saben cuándo y cómo torcer la voluntad de sus padres. Reconocen cuándo tú dices “¡no!” con firmeza y determinación, y cuándo pronuncias un “no” vacilante e inseguro. Mi primer consejo para ti en esta mañana es: nunca cedas después de haber dicho “no”.
Recordemos que los límites razonables alimentan en el niño su sentido de seguridad. Cuando respondemos al chantaje emocional de los hijos y permitimos que dobleguen nuestra voluntad, nuestra palabra pierde fuerza y el niño se convierte en un manipulador. Por eso es necesario que, antes de negar o consentir algo, nos tomemos tiempo para pensar y no reaccionemos, sino que actuemos por principio y no por impulso.
Es frecuente encontrar a padres que ejercen la paternidad teniendo como premisa fundamental el “aquí mando yo”. Eso se llama autoritarismo y dista mucho del concepto de autoridad. Si bien es cierto que los padres debemos llevar las riendas del hogar con firmeza, también es cierto que el sistema disciplinario impuesto en un hogar debe tomar en cuenta a los hijos como personas con necesidades especiales diferentes a las de los adultos.
Elena de White aconseja a los padres ejercer autoridad amorosa: “Mucho depende del padre y la madre. Ellos deben ser firmes y bondadosos en su disciplina, y deben obrar con el mayor fervor para tener una familia ordenada y correcta, a fin de que los ángeles celestiales sean atraídos hacia ella y le impartan una fragante influencia y paz” (El hogar cristiano, p. 12).
¿Son compatibles la autoridad y el amor? Sí, lo son. La madre puede ejercer autoridad con persuasión y empatía hacia las necesidades del hijo, y con base en esto puede poner límites razonables con la finalidad de salvaguardar la integridad del niño y de proteger la armonía familiar. El niño entenderá que todo es fruto del amor.
Si queremos mostrar a los niños la imagen de Jesús como un padre amoroso, ejemplifiquémoslo a través de nuestro comportamiento frente a ellos. Cada vez que mires a tus hijos, recuerda que son propiedad de Dios y que tendrás que rendir cuentas por ellos.