¿Por qué me golpeas?
“Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?” (Juan 18:23).
“Anás era cabeza de la familia sacerdotal en ejercicio, y por deferencia a su edad el pueblo lo reconocía como sumo sacerdote. Se buscaban y ejecutaban sus consejos como la voz de Dios. A él debía ser presentado primero Jesús como cautivo del poder sacerdotal. Él debía estar presente al ser examinado el preso, por temor a que Caifás, hombre de menos experiencia, no lograse el objeto que buscaban. En esta ocasión había que valerse del ingenio, la astucia y la sutileza de Anás, porque había que obtener de cualquier manera la condenación de Jesús” (El Deseado de todas las gentes, p. 647).
¡Cuánto habían cambiado las cosas desde que Aarón fuese el primer sumo sacerdote! ¡Qué estrategia tan humana y perversa estaban empleando quienes supuestamente más entendían sobre el valor y el significado del sacrificio!
Nicodemo no fue convocado. Era demasiado riesgoso. Cada persona cumplía un rol fríamente calculado en esta captura fríamente calculada. Anás, en quien tenían puestas todas las esperanzas, quedó sin palabras al encontrarse con Jesús y ver cómo su poder y omnisapiencia contrastaban con sus artimañas infructuosas.
Uno de los oficiales golpeó a Jesús.
Jesús no hizo esta pregunta con sorna o maldad, ni con el propósito de humillar o seguir provocando a su agresor.
Mucho podemos aprender de este breve instante en la vida de nuestro Maestro. Podía demostrar su poder y aniquilar a todos en ese momento; pero no había venido a eso. Lo tenía muy claro. Tan claro que, en medio de su aceptación de la situación, siguió enseñando con gestos y palabras. Por amor y compromiso, soportó el maltrato de las mismas personas a quienes había venido a salvar.
Es posible que hoy estés en manos de personas que se creen superiores, que no te tratan con el respeto que un hijo del Rey del universo se merece. Nuestro deber no necesariamente consiste en humillarnos hasta lo sumo y recibir todos los golpes y maltratos. Podemos, usando el mismo tono y objetivo de Jesús, hacernos valer; no solo para defendernos, sino para hacer un quiebre en la situación que recuerde a ambas partes que algo está fuera de lugar. Puede ser con actitud redentora, sin por eso dejar de exponer la injusticia.
Pídele sabiduría y tacto a Dios hoy, salvación para ambas partes… con lo que eso implique.