Lunes 18 de Abril de 2022 | Matutina para Adultos | ¿Recordar los pecados?

¿Recordar los pecados?

“La Ley, pues, se introdujo para que el pecado abundara; pero cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20).

Si leíste la meditación de ayer, recordarás que antes de que el pueblo poseyera la tierra de Canaán, Moisés los exhortó a nunca olvidar: (1) que Dios los había liberado de la servidumbre egipcia, (2) que tiernamente había cuidado de ellos durante los cuarenta años de peregrinaje en el desierto, y (3) que, por su propio beneficio, el pueblo debía obedecer los Mandamientos de Dios y sus preceptos.

Sin embargo, en su discurso de despedida Moisés introduce un elemento adicional, que parece estar fuera de lugar. “Acuérdate, y nunca olvides”, les dice, “que en el desierto provocaste la ira del Señor tu Dios. […] En Horeb provocaron ustedes la ira del Señor, y el Señor se enojó contra ustedes y quiso destruirlos” (Deut. 9:7, 8, RVC).

¿Cuál fue ese pecado? La adoración del becerro de oro, ese vergonzoso episodio en el que el pueblo le dio la espalda al Dios que los había librado de servidumbre para inclinarse ante un ídolo hecho a mano (ver Éxo. 32). En esa ocasión, la ira de Moisés fue de tal magnitud, que no solo destruyó el becerro de oro, sino también las tablas de la Ley escritas con el mismo dedo de Dios.

Ahora bien, ¿por qué Moisés les pide que recuerden esa escena tan bochornosa en la historia de Israel? La respuesta la encontramos en el capítulo diez del mismo libro de Deuteronomio. “En aquel tiempo el Señor me dijo: ‘Lábrate dos tablas de piedra, como las primeras […]. Yo escribiré en esas tablas las palabras que estaban en las tablas que quebraste, las primeras’ ” (Deut. 10:1, RVC). Lo que Moisés está diciendo es que fue durante el tiempo de la mayor apostasía en la historia de Israel cuando la maravillosa gracia de Dios se manifestó de la manera más extraordinaria. Las nuevas tablas de la Ley no solo contendrían el mismo texto de las primeras, sino también testificarían de manera elocuente del amor de un Dios que se complace en dar siempre una segunda oportunidad (ver Éxo. 34).

¿No es esto lo que Dios ha hecho por su pueblo a través de las edades? Cuanto mayor ha sido nuestro pecado, tanto mayor ha sido la gracia de Dios al perdonarnos y darnos una nueva oportunidad.

¿Qué diremos, entonces? Pues diremos, con Moisés, que hemos de recordar nuestros “becerros de oro”, porque si algo nos enseñan esas caídas es que, cuando el pecado abunda, entonces la gracia divina sobreabunda.

Gracias, Padre, porque “en aquel tiempo”, cuando todo parecía perdido para mí, me diste una segunda oportunidad.

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