¡Fiesta!
En vuestros días de alegría, como en vuestras solemnidades y principios de mes, tocaréis las trompetas sobre vuestros holocaustos y sobre los sacrificios de paz, y os servirán de memorial delante de vuestro Dios. Yo, Jehová, vuestro Dios. Números 15:38.
Los capítulos del 18 al 20 de Levítico son espectaculares, hablan de santificación y sellan cada bloque con la frase “Yo soy Jehová, vuestro Dios”. Levítico huye de lo mágico y enseña santidad, lo vivencial y relacional. No pretende que solo los levitas sean santos sino todo el pueblo. Para Jehová, lo atemporal y universal (principios) convive con lo temporal y contextualizado (normas); todo momento de la vida debe ser santo. Nos cuesta entenderlo porque nuestra mentalidad es diferente. Pero hemos de interiorizarlo, no hay momentos religiosos y momentos profanos. Cada parpadeo, cada respiración, cada pensamiento y acción son un todo.
En estos capítulos, las cadenas de mandatos y promesas se sellan con multitud de “Yo soy Jehová, vuestro Dios”. El pueblo era “analfabeto espiritual” y precisaba que se le recordara que el secreto está en la relación con Dios. Esa relación calaba hasta los más íntimo de la vida: el vínculo con los padres, el respeto por una sexualidad sana, el sacrificio de corazón, la solidaridad con los menos favorecidos, el trabajo a conciencia, la hospitalidad como acto de grandeza y ejercicio de la memoria. Y, de tanto en tanto, aclara que deben ser santos porque Jehová es santo. La relación de Jehová con su gente no es estanca sino fluida, somos vasos comunicantes. Somos especiales porque nuestro Dios es especial.
Si, además, unimos este concepto a Números 10:10, concluiremos que Dios anhela esa relación en la intensidad de los momentos excepcionales y colectivos tanto como en la serenidad de los momentos cotidianos e individuales. Hay tiempo para santificarse, y caminar el sendero de la plenitud cristiana debiera ser una verdadera fiesta.
Las personas ansían relaciones de verdad, relaciones personales que llenen sus vacíos. Hoy, Jehová vuelve a repetir que es nuestro Dios, que quiere hacernos especiales, que su conexión no se corta, que siempre está “en línea”. Hemos de volver a comprender que el llamado a la santidad no es para unos pocos (levitas o profesionales de la religión), sino para todos y cada uno de los seres de este mundo.
Nosotros, eso sí, somos agentes de ese mensaje de fiesta; somos los que debemos recordar que Dios firma todos sus correos, tanto las circulares como las notas personales, con un afectuoso: “Yo soy Jehová, vuestro Dios”.