Lunes 22 de Noviembre de 2021 | Matutina para Mujeres | Fundidas en Dios

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Fundidas en Dios

“El Padre y yo somos uno solo” (Juan 10:30).

La escritora marina D. Buzali dice en uno de sus libros: “A la mujer cristiana no le basta con amar a Dios; debe fundirse en él”. Cuan­do reflexiono en esta expresión, pienso en una relación tan estrecha, que es imposible encontrar un punto de separación. En seguida me viene a la mente el pasaje de la reflexión de hoy: “El Padre y yo somos uno solo” (Juan 10:30). A eso es a lo que se refiere.

Las damas sabemos lo que significa tener una relación estrecha con al­guien, ser uno solo, pues nuestra naturaleza, en cierta medida, lo exige. Del mismo modo, debiéramos desarrollarla en nuestra intimidad con Dios. Ser una sola con Dios, fundirnos en él, hacer coincidir nuestra voluntad con su voluntad, no concebir la vida lejos de él ni las decisiones que tomamos ha­cerlo de manera independiente a los principios del evangelio.

Fundidas en Dios, podemos llorar, reír, conversar, discutir e incluso dife­rir con él, pues es nuestro padre, amigo, maestro, guía, orientador, abogado, hermano, jefe y mucho más. Cuando logramos esta fusión, somos receptoras de beneficios espirituales inmensurables que se traducen en salud física, bienestar emocional y relaciones interpersonales sanas. 

Fundirse con él cada día nos vuelve tolerantes a las maneras de ser y de pensar de los demás; nos hace pacientes ante circunstancias que antes nos ha­brían colmado por completo; cambia nuestra sensibilidad, haciéndonos conscientes de lo que está bien y lo que está mal, con un criterio más elevado que el que hemos aprendido en un mundo frío e indiferente. Solo cuando so­mos una con Dios podemos amar a las personas difíciles de amar y superar los fracasos sin hundirnos, siendo capaces de darnos cuenta de lo que se apren­de de ellos. Fundirnos con él nos eleva y nos transforma.

Tener una amistad estrecha con Cristo es disfrutar pasando tiempo a solas con él en oración y lectura de su Palabra; es crear un espacio donde podemos “derramar” el alma, con la seguridad de que seremos comprendidas y conso­ladas. Fundidas en Cristo, recibimos ayuda para vencer la tentación y derro­tar el pecado. Cuando pecamos, también recibimos perdón y gracia, que nos libran de la culpa, la ansiedad y el temor. Ser una con el Padre es un cambio de vida absolutamente radical.

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