Lunes 27 de Febrero de 2023 | Matutina para Adultos | “Te recompensará en público”

“Te recompensará en público”

“Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público” (Mateo 6:4).

El Templo de Artemisa, que formaba parte de la lista de las maravillas del mundo antiguo, era un santuario descomunal. La estatua de madera de Artemisa medía 2 metros de altura y estaba revestida de oro y plata. Sus 127 columnas, de 18 metros de alto, le daban un aire de fortaleza inexpugnable. Quersifrón, un arquitecto originario de Creta, recibió el encargo de construir la obra original, pero la construcción sobrepasó los cien años, por lo que fueron muchas las mentes brillantes que participaron en esa maravilla arquitectónica.

El 21 de julio de 356 a.C., Eróstrato, un desconocido pastor de ovejas, decidió saltar a la fama. ¿Y qué hizo? Pues nada más y nada menos que prenderle fuego al grandioso templo. Y en verdad se hizo tan famoso que hasta Estrabón, el historiador y geógrafo, tuvo que hablar de Eróstrato.³⁷ Incluso los psiquiatras acuñaron el término “erostratismo” para referirse al trastorno que nos lleva a cometer delitos con tal de conseguir renombre.

Yo me pregunto, ¿será que podríamos padecer de un erostratismo espiritual? Es decir, ¿cometer “delitos espirituales” para ganar renombre entre nuestros correligionarios? Jesús se refirió a gente que amaba “el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres” (Mat. 6:5). La vida espiritual genuina no consiste en tratar de que los demás se asombren de nuestra inmaculada religiosidad; no tiene nada que ver con ganar el respeto y la admiración de quienes observan nuestra hipócrita caridad. No hay lugar para el erostratismo religioso; ese deseo de protagonismo espiritual no produce nada bueno. Orar, ayunar, predicar, leer la Biblia, ofrendar con la intención de llamar la atención de los demás son “delitos espirituales” que ponen de manifiesto nuestra falta de espiritualidad. Incluso el rabí Sadoq advertía en contra de “hacer de la Torá una corona para engrandecerse uno mismo”.

La vida cristiana es una dulce complicidad entre la criatura y su Creador, ahí no cabe nadie más. Vivimos para que nuestro Padre se sienta feliz de nuestras acciones, y no para intentar conseguir la atención de nuestros semejantes. La promesa que tenemos es esta: “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público” (Mat. 6:4). Y esa recompensa no se dará aquí, sino en el cielo.

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