Casarse: ¿una opción o una obligación?
“En este mundo todo tiene su hora; hay un momento para todo cuanto ocurre” (Ecl. 3:1).
En las reflexiones anteriores hablamos acerca de la disyuntiva que enfrentan las mujeres solteras cuando llegan a la edad en que muchos creen que deben casarse. Sin embargo, es el momento de señalar el hecho de que, en la actualidad, muchas chicas permanecen solteras por decisión propia, sin que por ello tengan que estar marcadas con la etiqueta de “solterona”. Alguien acuñó este término con la idea discriminatoria de que la mujer que se queda soltera tiene una vida gris y solitaria, y que, peor aún, no alcanza la realización personal. Pero esto no es cierto.
Como continuación de la meditación de ayer, es necesario enfatizar que la soltería es una situación de vida que tiene ventajas y desventajas, demandas y satisfacciones, tristezas y alegrías, tensiones y realizaciones, placer y dolor, risas y lágrimas, abundancia y escasez; exactamente como todas las situaciones de vida y todos los estados civiles. Estas son circunstancias que todos enfrentamos como parte de la vida y que nada tienen que ver con el estado civil, el sexo ni el estatus social.
Las relaciones sociales sí son importantes, pues no tenerlas afecta muy negativamente a nuestra salud; no obstante, ninguna relación que podamos tener con otros seres humanos se compara con la relación estrecha que podemos mantener con Jesús, y de la que derivamos un poder, una autoestima y una plenitud incomparables.
Cristo, el esposo, viene pronto; entonces, tendrá lugar la boda más maravillosa que jamás hayamos presenciado y de la que seremos protagonistas. Mientras estamos en esta tierra, preparémonos para ese gran día, de forma que, cuando llegue, podamos decir: “Gocémonos, alegrémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha preparado” (Apoc. 19:7, RVR 95).