Martes 03 de Mayo de 2022 | Matutina para Adultos | ¡Absueltos!

¡Absueltos!

“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado” (Salmo 32:1).

No puedo evitar sentir cierta admiración hacia los buenos traductores. ¿Cómo logran transmitir con tanta fidelidad lo que originalmente fue escrito o dicho en otra lengua? Pensemos ahora en el desafío que enfrentan quienes tratan de traducir la Palabra de Dios a nuevos idiomas. Una de las mayores dificultades que enfrentan estos especialistas se presenta cuando deben traducir palabras o ideas para las que no existe un término equivalente en el nuevo idioma. Un caso tal lo menciona Ruth Tucker (Sacred Stories, p. 168).

El desafío del que habla Tucker lo enfrentaron dos especialistas de Wycliffe Bible Translators mientras traducían el Nuevo Testamento a la lengua bine, de Papúa Nueva Guinea, ya que en esta lengua no existe la palabra perdón. ¿Cómo explicarles, por lo tanto, el evangelio?

Lillian Fleischmann, quien era una de las traductoras, dice que intentaron solventar la dificultad de varias maneras. Una de ellas, explicando a los nativos que, cuando una persona perdona, no hace uso de la venganza, sino que olvida la ofensa. El intento no funcionó, porque en esa cultura ignorar una ofensa equivale a ser cobarde. El problema lo resolvieron de la manera que jamás imaginaron. Durante una ceremonia fúnebre –cuenta Fleischmann– se puso de pie el jefe del clan al cual pertenecía el fallecido, tomó en sus manos un recipiente con agua y dejó caer en él varias hojas. Mientras asperjaba el agua en el aire, mencionaba los nombres de las tribus presentes en la ceremonia. Después del nombre de cada tribu, decía: Kalya.

“Kalya”. ¿Sería esa la palabra equivalente a “perdón”? Porque bien podía significar inocente; pero sabemos que una persona inocente no necesita ser perdonada. Después de algunas averiguaciones, se enteraron de que en esa cultura Kalya quiere decir “libre de culpa”, “libre de castigo”. ¡Exactamente la palabra que necesitaban los traductores!

¡Y esta es exactamente la palabra que tú y yo necesitamos escuchar al comienzo de este nuevo día! Como pecadores, merecíamos ser condenados, pero Dios se interpuso, y gracias al sacrificio de su Hijo hoy podemos quedar libres de culpa; es decir, Kalya, gracias a la sangre preciosa que Jesús derramó. ¡Libres del castigo que merecíamos! Gracias a esa preciosa sangre, no solo hemos sido perdonados, sino también nos ha limpiado de toda maldad.

¿Qué decimos al respecto? Decimos: ¡Alabado sea el nombre de Dios! ¿Qué otra cosa se podría decir?

Gracias, Jesús, porque tu sangre ha limpiado mi vida de toda culpa y me ha dado una nueva oportunidad. Gracias a ese perdón, hoy puedo escribir una nueva página en mi vida que diga: “Las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas”.

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