El candelabro de oro
“Ordena a los israelitas que te traigan aceite puro de oliva, para mantener las lámparas siempre encendidas” (Éxodo 27:20).
El candelabro de oro estaba en el Lugar Santo. Era una hermosa obra de arte labrada a martillo. Tenía seis brazos, tres a cada lado. Cada uno estaba adornado con una copa en forma de flor de almendro, una manzana y pétalos. El candelabro era la única fuente de luz para ese espacio. Los sacerdotes la necesitaban para cumplir sus tareas. Por lo tanto, si querían seguir al pie de la letra las instrucciones para la adoración, debían dejarse alumbrar por esa provisión divina. Dios quiere que lo adoremos de manera inteligente, y para eso necesitamos guiarnos por su Palabra.
La clave del candelabro era que tenía que alumbrar. No importaba que fuera de oro o su bello diseño; de nada servía si no daba luz. Y la única manera de darla, era con el aceite. Afortunadamente, aun en el desierto Dios hizo que tuvieran aceite puro y las lámparas alumbraran continuamente.
El candelabro representa la Biblia. La Palabra de Dios es inútil si no la entendemos, si no obedecemos sus enseñanzas y las aplicamos en la vida. La buena noticia es que siempre podemos tener el Espíritu Santo, el aceite. Él es la fuente de luz que podemos reflejar a los demás.
Como parte del sermón del monte, Jesús dijo: “Ustedes son la luz de este mundo” (Mat. 5:14). Esa luz atrae la atención de las personas a Dios, de tal manera que la gente lo alabe (vers. 16). Además, el apóstol Pablo reconoce que cuanto mayor sea la oscuridad, más se nota la luz. ¡Y esa es nuestra misión! “Entre ellos brillan ustedes como estrellas en el mundo” (Fil. 2:15). Puedes tener la seguridad de que en todo momento la provisión del aceite divino, el Espíritu Santo, está disponible si lo pides.