El Dios que abre la mano
«Tú les das, y ellos recogen; abres la mano, y se llenan de lo mejor». Salmo 104: 28
Fuimos con el pastor del distrito a hacer una visita a una joven que estaba asistiendo a las conferencias. Cuando llegamos a su casa nos contó su triste drama. Vivía con un hombre a quien le había entregado su juventud, sus fuerzas y su vida, pero quien a cambio le daba humillación, maltrato físico y psicológico. Además de ser un hombre mucho mayor que ella, era alcohólico. Al asistir a la iglesia durante esa semana y conocer del amor de Cristo entendió que ella era una persona valiosa, que merecía algo mejor, que no quería seguir viviendo una vida de temores y vergüenzas. Por eso, estaba tomando la decisión de abandonar a aquel hombre para empezar una vida nueva tomada de la mano del Salvador.
Pidió que la bautizáramos aquella misma noche. Todo estaba listo para la ceremonia bautismal y había un grupo de personas listas a sellar su pacto con Cristo en las aguas del bautismo. Cuando llegué al templo, hice algo inusual. Me paré unos minutos a observar a las personas que asistían, entre ellos vi a un hombre que se acercó de manera sigilosa, se quedó de pie en la puerta, y se negó a entrar y sentarse. Al observarlo detenidamente alcancé a ver que tenía un revólver en la pretina de su pantalón. Cuando pregunté a algunos de los asistentes si conocían a ese individuo, me dijeron que era el esposo de una de las damas que se bautizaría esa noche. Había prometido matarla a ella y al pastor en el bautisterio.
Entendí que no podíamos bautizar a esa joven, a fin de evitar el peligro que corría su vida. Me fui a la parte de atrás del templo y le dije lo que estaba pasando. Aún así, ella quiso bautizarse. Pero no podíamos arriesgarnos, así que realizamos el bautismo en el río con solo tres personas como testigos. Unos meses después tuvo acceso a una beca para ir a estudiar a la universidad adventista. Allí se preparó para ser misionera. Estando en el campo misionero, conoció a un joven que la invitó a formar una familia para servir juntos a Dios. Hoy es una dama respetable que sirve al Todopoderoso en el campo misionero y que dedica parte de su tiempo a ayudar a las damas que sufren de maltrato a buscar ayuda en Dios.
Ella dice que es feliz recogiendo y saciándose de todos los bienes que @Dios provee. Esa mano sigue abierta, ¿que esperas para empezar a recoger sus provisiones?