Papá lleva la carga
“El Señor me ha dicho: ‘Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad’. Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Cor. 12:9).
Hoy fui testigo de una escena realmente enternecedora. Acudí al banco para pagar unas cuentas y, mientras esperaba mi turno para ser atendida, observé a un padre con su hijo pequeño, de aproximadamente tres años de edad. Junto a los pies de ambos, había unas bolsas con víveres, lo que me hizo suponer que antes de ir al banco habían ido de compras al supermercado. Al terminar el trámite, el padre se levantó y comenzó a cargar las bolsas. El pequeño, al ver el esfuerzo de papá, tomó con sus pequeñas manos una de las más pesadas. El padre sonrió, calculó el peso de la bolsa y, con amoroso cuidado, le dio la más pequeña. El niño iba feliz cargando con su bolsa, pues estaba ayudando a su papá. Entonces, lo miró con singular inocencia y le preguntó: “Papá, ¿verdad que yo te ayudo y que llevo la bolsa más pesada?” Sonreí, mientras el padre asentía con la cabeza.
Entonces, sin poder evitarlo, pensé en mi Padre celestial y recordé su promesa maravillosa, con la que nos asegura que nunca nos dará más de lo que podemos soportar. El padre humano que yo tenía ante mis ojos, con mucha sabiduría, no dejó exento a su hijo de llevar una carga, aunque la puso al nivel de sus capacidades. Lo mismo sucede con nosotros y con nuestro Padre celestial. En momentos de sufrimiento y dolor, de problemas y adversidades, pedimos a Dios que nos los quite; en muchas ocasiones, esto no ocurre y nuestra fe flaquea, pero su promesa permanece inalterable. Dios nunca nos dejará solas; él es fiel a su promesa y quiere que, en momentos de angustia, dependamos de su presencia.
El niño que vi en el banco aquella mañana pudo poner a prueba su capacidad de soportar un peso, bajo la mirada amorosa de su padre, y se mostraba satisfecho. En medio de la prueba, nosotras también podemos experimentar el poder de Dios, que se compadece de nuestras debilidades y nos sostiene con inmenso amor y cuidado.
Nunca podemos llegar a ser más fuertes en Cristo que cuando nos sentimos débiles. Porque su amor es todo lo que necesitamos; su poder se muestra plenamente en nuestra debilidad.