El compromiso de regresar – parte 4
“Cuando Herodes se dio cuenta de que los sabios se habían burlado de él, se enfureció y mandó matar a todos los niños menores de dos años en Belén y en sus alrededores, de acuerdo con el tiempo que había averiguado de los sabios” (Mat. 2:16, NVI).
A la fuerza, los hombres lograron disuadirlo del suicidio. Cuando se calmó, pidió un poco de agua para reanimar a su madre. Ofreciéndole los cuidados que estuvieron a su alcance, reanudaron su desesperado y penoso viaje hacia el sur.
El amanecer fue delineando lentamente la impresionante columna de refugiados. La mayoría eran mujeres y niños agotados y oportunistas de la corte, totalmente inútiles como fuerza militar. Si los capturaban ahora, significaría una muerte segura para él y esclavitud para su familia. Los perros ladraron cuando pasaron por un poblado. Los niños comenzaban a despertarse.
Más tarde, un guardia dio voces, señalando en la dirección en que venían. Había polvo en el horizonte. Los partos y algunos compatriotas que se le oponían los habían descubierto. Sacudiéndose el abatimiento, el aspirante a rey reunió las tropas que tenía. Eran ampliamente superados en número, pero no podían huir más.
Cada hombre sabía lo que significaba esa batalla. Si perdían, lo mejor que podían esperar era la esclavitud, pero para su líder significaría la muerte. De cualquier forma, se trataba del punto de inflexión de su carrera. Todo dependía de este resultado.
“¡Y los derroté! –alardeó ahora el rey ante el soldado–. Allí, cerca de esa miserable aldea donde se supone que nació ese nuevo usurpador”.
El rey comenzó a toser y a jadear. Pero, de repente, se puso inquieto y se levantó. A tientas, caminó hacia una ventana, y miró más allá de las casas llenas de gente, a las colinas distantes.
–Allí luché contra un enemigo y allí aseguré mi reino –dijo casi sin aliento–. Y lo volveré a hacer. ¡Yo estoy a cargo! ¡Yo mando aquí! –dijo golpeando el marco de la ventana con el puño.
Herodes se volvió lentamente hacia el soldado, y le dijo: “Ya sabes qué hacer”.
El soldado se inclinó y partió. Unas horas después, las madres de Belén lloraban sobre los cuerpos sin vida de sus hijos.
GW