Una tontísima mentirita
“Más vale el buen nombre que las muchas riquezas” (Prov. 22:1, NBLA).
Frustrada porque la computadora de mi casa se dañó justo antes de la fecha límite que me habían puesto, me fui a la biblioteca, donde había computadoras, para seguir trabajando en el proyecto de ciencias. Cuando levanté la mirada, me di cuenta de que quedarse en la escuela después de terminar las clases tenía sus ventajas. Mi novio Sam estaba delante de mí.
–Vamos a dar un paseo –me dijo.
–¡Claro! –le respondí saltando de la silla–. Vamos.
Ya afuera, Sam tomó mi mano cuando encontramos algo de privacidad detrás de un edificio.
–Luces realmente bella a esta hora –me dijo.
Traté de devolverle el cumplido, pero sus labios se interpusieron en el camino.
Transcurrieron unos minutos. De repente, me desenredé y me aparté cuando vi a lo lejos al profesor de matemáticas. Susurré: “¡Deberíamos regresar!”
–¿Qué estaban haciendo ustedes detrás del edificio? –preguntó el profesor.
Fue ahí cuando Sam dijo la mentira más tonta que he escuchado en mi vida:
–Verá, se me extravió un billete y Jill me estaba ayudando a buscarlo.
¿Qué está diciendo? pensé. ¡Un simple “estábamos paseando” habría sido suficiente!
Cuando el profesor se volvió hacia mí, me percaté de que yo tenía un botón de la blusa desabrochado.
–¿Eso era lo que estaban haciendo? –me preguntó.
Con los brazos cruzados sobre mi pecho, traté de decidir la mejor opción: decir la verdad y dejar a mi novio como un mentiroso, o unirme a él en su locura.
–Sí, eso era –dije, destrozando la confianza que había tratado de desarrollar con uno de mis profesores favoritos, durante todo un año.
La mirada que me dirigió me rompió el corazón.
–Me alegra que lo hayan encontrado –dijo–. Que tengan una bonita tarde.
Y se marchó.
No hablé mucho mientras volvíamos a la biblioteca. En realidad, a Sam no le hablé mucho nunca más. Media hora más tarde estaba en el despacho del profesor, diciéndole la verdad. “Sabía que no estabas buscando un dólar –me dijo–. Pero lo más triste es que sabía que me estabas mintiendo”.
Me sentí fatal por mentirle a mi profesor; pero, peor aún, no podía creer que me hubiera puesto del lado de un chico tonto, que ni siquiera podía inventar una mentira decente, en lugar de ser sincera.
JP