Hablando se entiende la gente: la comunicación entre esposos
“¡Déjame oír tu voz, oh reina de los jardines!” (Cant. 8:13).
La vida moderna, que va tan aprisa y se ha vuelto tan complicada, nos ha arrebatado algunas cosas muy buenas sin que nos hayamos dado cuenta siquiera. Por la diferencia entre los horarios de trabajo y estudio de los miembros de la familia, sucede que los hijos llegan al hogar cuando los padres se van, o que los esposos mismos no coinciden en sus jornadas: él trabaja de noche, ella trabaja de día. Estas circunstancias no permiten que el encuentro familiar tenga lugar y hacen al matrimonio pagar una factura muy elevada. La comunicación es vital.
Algunas investigaciones sobre el tema aseguran que las parejas de esposos que mantienen una comunicación rica y abierta tienen mayor capacidad de enfrentar las crisis con entereza y de salir de ellas fortalecidos como familia e individualmente. Lamentablemente, como la comunicación en la pareja es tan escasa hoy en día, las crisis acaban muchas veces por destruir a la familia.
En un estudio llevado a cabo con 5.000 personas casadas, se les preguntó cuánto tiempo al día dedicaban exclusivamente a conversar el uno con el otro. El resultado mostró que, después de 2 años de matrimonio, la media de las parejas conversaban 2 o 3 minutos durante el desayuno, 20 minutos durante la cena y unos pocos minutos en la cama. A los 6 años, apenas hablaban unos 10 minutos diarios. Y, a los 8, mantenían un matrimonio casi sin palabras (Curran, El estrés en la familia sana, p. 39).
Muchas crisis matrimoniales tienen que ver con un deterioro en la comunicación; cuando esta se rompe, lo hace con sutileza, poco a poco, tan lentamente que los cónyuges no se dan cuenta, hasta que se presenta una ruptura definitiva. Finalmente, ya no tienen de qué hablar el uno con el otro. ¡Ni siquiera de Cristo o del evangelio!
Cristo es el elemento amalgamador de todas las relaciones interpersonales. Pongámoslo también en el centro de la relación matrimonial: oremos juntos los dos esposos, escuchémonos mutuamente sin hacer juicios de valor el uno del otro, recordemos los hermosos momentos vividos durante el noviazgo (recordar es volver a vivir), hagamos planes para el futuro donde nos veamos juntos, elogiemos los aciertos de cada uno y perdonemos los errores. Amén.