El hombre que amaba el mar – parte 1
“Surcaron las aguas con sus barcos, y allí, en alta mar, vieron la creación maravillosa del Señor” (Sal. 107:23, 24).
Haber crecido a principios del siglo XIX en la que para ese entonces era la capital de la caza de ballenas del mundo (New Bedford, Estados Unidos), hizo que Joseph Bates se obsesionara con el mar. Anhelaba ver el mundo. Finalmente, sus padres lo dejaron ir con su tío en un barco de carga; pensaban que el mareo y las dificultades de la navegación le quitarían las ansias, pero no fue así.
Tiempo después, su padre conoció a un capitán que estaba a punto de zarpar hacia Inglaterra. El capitán Terry se comprometió a cuidar del bienestar de su nuevo chico de cabina. El barco navegó a Nueva York para recoger un cargamento de trigo y luego cruzó el Atlántico. El viaje a Londres fue tranquilo y sin incidentes, pero un domingo en la mañana, a los dieciocho días de haber zarpado de regreso, la tripulación vio un tiburón.
Los marineros ataron un trozo de carne a una soga y lo colgaron por el costado del barco, con la esperanza de atrapar al animal. El tiburón ignoró la carne y siguió al barco. Los marineros comenzaron a contar historias de tiburones: de cómo podían partir en dos a una persona y comérsela; o cómo seguían durante días a los barcos con marineros enfermos, esperando pacientemente para darse un festín en el próximo “entierro”. Joseph escribió en su autobiografía:
“Los marineros por lo general son hombres osados y valientes, que se atreven a enfrentar casi cualquier conflicto, y desafían las furiosas tormentas del mar; pero la idea de ser tragados vivos por un tiburón […] los pone a temblar”.
Finalmente dejaron de intentar atrapar al tiburón, que se quedó siguiendo al barco. Esa noche, Joseph subió al mástil para comprobar si había otros barcos a la vista. Pero al solo ver mar abierto, comenzó a bajar. Calculó mal un peldaño y cayó hacia atrás. Durante la caída golpeó una cuerda, lo que evitó que terminara en la cubierta del barco. Siguió de largo, casi 20 metros, hasta caer al espumoso mar.
Joseph luchó por contener el aliento y mantener la cabeza a flote. Mientras tanto, el barco se iba alejando cada vez más. La ropa empapada le impedía moverse con soltura. El capitán Terry y la tripulación corrieron hacia la popa del barco. El contramaestre arrojó una cuerda. Cuando Joseph logró asirse de ella, el contramaestre gritó: “¡Agárrate fuerte!”
Continuará…