Un lugar especial – parte 1
“Cuando te llamé, me respondiste, y aumentaste mis fuerzas” (Sal. 138:3).
“¡¡¡Doctor!!!”, gritaron. Aún medio dormido, Eric se asomó por la ventana y vio a tres hombres. Cada uno llevaba una espada y una lámpara de aceite, y uno le entregó una nota que decía: “Un hombre drogado cortó a una mujer y a su hijo. Por favor, traiga todas sus agujas”. Eric se puso nervioso y un recuerdo llegó a su memoria.
Se vio arrodillado junto a su madre, repitiendo las palabras que ella decía en su oración: “Y cuando crezca, y cuando crezca, que pueda ser un misionero, que pueda ser un misionero, en los cuatro rincones de la tierra, en los cuatro rincones de la tierra”. A menudo ella añadía: “Recuerda, Dios tiene un lugar especial en el que puedes servirle mejor que nadie”.
Tras licenciarse, Eric tomó un curso de enfermería. Luego, él y su esposa aceptaron un llamado a cumplir la obra médico misionera entre los habitantes del pueblo Karen, una etnia adoradora de espíritus en Birmania. Eric atendía todo tipo de casos, desde úlceras, hasta dolores de muelas y de estómago, incluyendo ataques de elefante. Pero no sabía si estaba preparado para aquella caminata de medianoche ni para lo que vio cuando abrió la puerta de la casita.
“¡Es terrible! No sé si aún están vivos”, dijo uno de los hombres, entrando apresuradamente. A la luz de la linterna, Eric vio dos cuerpos ensangrentados. En ese momento, el niño dio un grito; al menos él estaba vivo. Eric se acercó a la mujer, que estaba en un charco de sangre. Probablemente estaba muerta. En ese momento sintió que iba a desmayarse.
“No te vas a desmayar –se dijo a sí mismo–. Tienes que ser fuerte”. Sus palabras lo reanimaron y se arrodilló sobre la sangre del niño, haciendo todo lo posible para consolarlo. Tenía una herida grave en el cuello, pero el atacante no había tocado las venas principales. Rápidamente, Eric lo suturó. Llevando al niño hasta la puerta, se lo entregó a uno de los hombres y luego pidió ayuda. El hombre que vino a ayudar se desmayó en brazos de Eric.
Una abuelita llegó al lugar. “Vengo a ayudar –dijo–. Soy tan vieja y flaca que los espíritus malignos no me harán daño”. Ambos se arrodillaron junto a la mujer, que tenía la frente abierta y un corte en la mejilla que dejaba ver los dientes y la lengua. Tenía el brazo izquierdo cortado por debajo del codo, y brotaba sangre…
Continuará.