Matutina para Adolescentes, Domingo 04 de Julio de 2021

¿Más saludables que nunca?

“Pido a Dios que, así como te va bien espiritualmente, te vaya bien en todo y tengas buena salud” (3 Juan 2).

En la década de 1860, el 5 % de los estadounidenses sufría parálisis. Hoy, apenas un 1 % de la población la sufre. En 1850, el hombre estadounidense promedio medía 1.73, y pesaba 67 kilogramos. La altura promedio de hoy en día es de 5 centímetros más y, por nuestro estilo de vida menos activo, el hombre promedio pesa 86 kilogramos.

En el siglo XVIII una persona tenía una probabilidad del 48 % de vivir hasta los sesenta años. Actualmente, la probabilidad es del 90 %. En el siglo XIX, se podían padecer enfermedades cardíacas o artritis luego de los treinta años; hoy, estos padecimientos no aparecen sino hasta décadas más tarde (Gina Kolata, “So Big and Healthy Grandpa Wouldn’t Even Know You”, New York Times, 30 de julio de 2006).

En este libro he contado varios datos sobre los primeros adventistas, pero lo que más llama mi atención es cuánto lograron, a pesar de su malograda salud. Los White, por ejemplo, perdieron a dos de sus cuatro hijos, uno al nacer y el otro a los dieciséis años debido a una neumonía. La gente constantemente contraía cólera, difteria, tuberculosis…, y aceptaban el estrés, el dolor y la pérdida de un ser amado como parte normal de la vida.

Cuando estalló la Guerra Civil en los Estados Unidos, el 80 % de los hombres en los Estados de la Unión intentaron unirse al ejército. De ese grupo, el 13 % fue rechazado por razones de salud. “Y en el ejército de la Unión no eran muy exigentes”, escribe Kolata. “La incontinencia no era motivo para enviar a un soldado a casa”, afirma el Dr. Costa, un economista, citando las regulaciones. Un hombre que era ciego del ojo derecho fue descalificado para servir porque ese era el ojo del mosquete. Pero, nos dice el Dr. Costa: “Si la ceguera hubiera sido del ojo izquierdo, habría estado bien” (ibíd.).

Ahora tenemos una dieta más saludable, antibióticos, muchos años más de educación y vacunas. Además, el hecho de poder llegar a la edad adulta sin haber enfrentado las llamadas enfermedades de la infancia (y sus innumerables efectos secundarios a largo plazo), nuestro cuerpo no sufre enfermedades crónicas a tan temprana edad o tan frecuentemente como en el pasado.

La ciencia ha agregado décadas de años saludables a nuestra vida. La forma en que los utilizamos, y si deseamos la vida eterna, dependerá de nosotros.

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