Sin Dios, ¡tristeza! Con Dios, ¡alegría!
“Para los justos, el porvenir es alegre; para los malvados, ruinoso” (Proverbios 10:28).
Para Marcia, era muy triste ver a su padre en ese estado: hablando un poco bajo, a veces agresivo, a veces riendo burlonamente, a veces llorando como un niño, con un andar desequilibrado. El alcoholismo transformaba al padre cariñoso y trabajador en una persona muy diferente.
Afortunadamente, esto es solo un recuerdo del pasado. El padre de la niña buscó ayuda y ha podido mantenerse sobrio desde entonces. Es una lucha diaria, pero ha vencido. ¿Qué le dio fuerzas para deshacerse de la adicción? ¡Encontró a Dios!
¡Qué diferencia se produjo a los ojos de Marcia! Hoy, la voz firme del padre se puede escuchar en la casa mientras canta hermosos himnos; sus pasos son seguros, sus sentimientos están controlados y su risa es la mejor del mundo.
Dios es la única fuente de alegría verdadera y duradera. En su gracia, él nos enseña que nada más, especialmente el pecado, puede traernos felicidad. Nuestras esperanzas y expectativas deben estar en él.
Solo Dios puede satisfacer los deseos del corazón humano. Marcia aprendió esto al ver lo que le pasó a su padre. ¡Es algo que nosotros también podemos aprender!
¡No te engañes! A veces el pecado se ve bien, pero son solo apariencias. De hecho, nada ni nadie puede hacerte más feliz que Dios. Y la alegría que viene de él no es pasajera.