¿Te animarías?
“¡Alabado sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió a su ángel para salvar a sus siervos fieles!” (Daniel 3:28).
“Solo tienes que arrodillarte. Tan simple como eso”.
Esta era la orden que debían cumplir aquellos tres jóvenes (amigos de Daniel). El rey Nabucodonosor ordenó construir una imagen de 27 metros de altura y ordenó a todos que se postraran ante ella. La multitud reunida ante la imagen obedeció. Todos, menos esos tres jóvenes. Al oír esto, el rey se puso furioso. Llamó a los muchachos y les dio una advertencia: “Les daré una oportunidad más. Es mejor obedecer esta vez. Si no lo hacen, serán arrojados al horno”.
La trompeta sonó una vez más. La amenaza del rey no funcionó. Allí estaban los tres, de pie. ¿Sabes lo que pasó después? El rey cumplió su promesa. Pero, antes de eso, Sadrac, Mesac y Abed-nego dijeron: “Nuestro Dios, a quien adoramos, puede librarnos de las llamas del horno y de todo el mal que Su Majestad quiere hacernos, y nos librará” (Daniel 3:17).
Pero, no termina ahí, el siguiente versículo muestra cuán grande era la fe y la obediencia de aquellos jóvenes: “Pero, aun si no lo hiciera, sepa bien Su Majestad que no adoraremos a sus dioses ni nos arrodillaremos ante la estatua de oro” (Daniel 3:18).
El final de la historia está en el versículo de hoy. Dios envió a un ángel y ningún mal sucedió a esos jóvenes. Fueron arrojados al horno, pero salieron intactos.
¡Qué fe! ¡Qué obediencia! ¿Tendrías el coraje de hacer lo que ellos hicieron? Es muy probable que nadie te obligue a adorar una estatua de oro, pero pueden aparecer otras invitaciones que deshonran a Dios. Cuando eso suceda, no tengas miedo de decir “NO”. Dios estará de tu lado, y saldrás adelante. ¡No lo dudes!