Me niego a ajustarme al patrón
“Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Sam. 16:7, RVR95).
Siempre odié los suéteres de cuello alto. Y no es que fuera un obsesionado de la moda. Recuerdo, por ejemplo, un programa especial del jardín de infantes, en el que la maestra pidió que cada niño llevara un suéter de cuello alto. Súmale a eso un chaleco marrón y una banda de papel celofán rojo alrededor de la cabeza para hacernos ver como nativos norteamericanos. Estoy completamente seguro de que ni Toro Sentado ni Nube Roja usaron nunca un suéter como aquel. La pintura roja en la cara estaba bien, pero no creo que los apaches del siglo XVII tuvieran máquinas de coser. Sin embargo, ¡lo que más me molestaba era tener que verme igual a los demás! Desde entonces, no recuerdo haber usado más cuellos altos en mi vida.
En segundo grado me tocó interpretar al iracundo militar peregrino Miles Standish para el programa de Acción de Gracias de la escuela. Miles era pelirrojo y yo no (bueno, excepto una vez en la escuela de posgrado que tuve el cabello rojo, pero esa es otra historia), pero una característica suya sí la tenía: el mal genio. Tuve que hacer un berrinche en el escenario. Y debe haber quedado bien, porque me aplaudieron bastante.
En cuarto grado, la directora del coro anunció que a todos nos darían una fajita para nuestra presentación. Excelente, pensé, creyendo que estaban hablando de una fajita mexicana. Más tarde descubrí que la “fajita” era un adorno: una especie de tela gruesa que debíamos llevar alrededor de la cintura. De la rabia me salí del coro.
La verdad es que muchas veces me costaba ajustarme, y la mayoría de las veces simplemente no quería hacerlo. Someterme al patrón nunca fue de mi agrado.
La sociedad siempre tratará de decirnos cómo vivir: usa pantalones Levi’s (al igual que tal o cual músico a quien la compañía le regala todos los pantalones); conduce un Mercedes (porque todos los ricos lo hacen); mira esta película (que es igual a todas las demás)… Desafortunadamente, como veremos la próxima semana, la iglesia muchas veces hace exactamente lo mismo.