Un caleidoscopio de belleza
“No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” (Rom. 12:2).
Cuando estaba en preescolar, me encantaba el arte. Independientemente de lo que hiciera, todos siempre decían: “Qué hermoso, Sonia, buen trabajo”. No podía hacer nada feo. Todo lo que creaba siempre recibía el mayor elogio. Corría radiante de alegría, con mi autoestima en alto. Me sentía amada.
Cuando pasé a primaria, las clases de arte ya no eran tan divertidas. La maestra dictaba las instrucciones paso a paso, incluyendo flechas que señalaban el color, la longitud y el ancho exacto que debía tener nuestra obra de arte. Los alumnos que seguían las instrucciones, que se ajustaban al molde escolar, recibían grandes elogios. Sin embargo, los espíritus libres que expresábamos nuestra propia identidad, recibíamos muchas veces miradas de desaprobación, o un sellito de una carita feliz magullada que decía: “Desastroso”.
¿Qué tiene de malo colorear el cielo de color ciruela y la hierba marrón y amarilla? Así es como se veía la hierba en mi casa. Y muchas veces, cuando uno se levantaba muy temprano en la mañana, el cielo se veía mucho más rosado y púrpura que azul. ¿Puede algún crayón capturar con precisión la verdadera belleza de la creación?
Creo que Dios necesita, desea y ama la diversidad. Cada uno de nosotros fue creado único y perfecto a su imagen. Si Dios necesitó hombres y mujeres, individuos tan complicados, para representar su imagen, ¿cómo podemos medir la belleza según nuestros propios estándares?
La belleza de Dios va más allá de cualquier cosa que podamos soñar o crear con manos humanas. Y Dios creó nuestra mente, que puede brindar alegría a los demás al compartir las imágenes “inexplicables” que conforman nuestras obras de arte.
Algunos siempre seguirán las instrucciones y terminarán con un arte que copia el de los demás. Otros, irán más allá de lo convencional y crearán obras maestras.
No permitas que el mundo que te rodea o que adultos bien intencionados te moldeen a su propia imagen. Permite que Dios te transforme en la persona que debes ser. Tú eres un caleidoscopio de belleza, único en tu especie.
SP
