El hombre que amaba el mar – parte 4
“Y allí, en alta mar, vieron la creación maravillosa del Señor” (Sal. 107:24).
Joseph y sus amigos estadounidenses prefirieron ir a prisión que luchar contra su país, por lo que se convirtieron en prisioneros de guerra. Sin embargo, debido a la fuga de dieciocho prisioneros, ellos fueron enviados a la infame prisión de Dartmoor, en Inglaterra, conocida como “la morada de los perdidos y olvidados”. Joseph fue liberado en 1815, exactamente cinco años después del día en que fue secuestrado. Inició de inmediato su viaje de regreso a casa.
Dos meses después, abrazaba con alegría a su madre, a sus hermanos y amigos. Joseph tenía ahora veintitrés años y llevaba más de seis fuera de casa. Cuando su padre lo vio, se sorprendió al poder abrazar a su hijo perdido desde hacía tanto tiempo, pero lo que más le sorprendió fue que su hijo era ahora adicto al ron.
Días después, Joseph se reencontró con Prudence Nye, su amiga de la infancia, que al verlo exclamó: “Sabía que volverías”. Dos años y medio y varios viajes después, se casaron.
A pesar de las dificultades, Joseph Bates seguía amando el mar. Emprendió varios viajes mientras su esposa “Pru” lo esperaba en casa. Navegó hacia Bermudas, las Antillas, Brasil, Uruguay y Argentina. Finalmente, se convirtió en capitán de barco. Buscando mejorar como persona, prometió dejar de beber y de masticar tabaco. En uno de sus viajes, su esposa le puso una Biblia entre su equipaje. Comenzó a leerla y se convenció de que debía ser cristiano, pero sentía que había perdido demasiado tiempo. Sin embargo, ¿no lo había protegido Dios a través de los años? Lleno de culpa, pensó en saltar por la borda para acabar con su vida. Sorprendido por aquellas ideas, se encerró en su camarote hasta el amanecer. Desesperado, intentó encontrar alguna prueba de que Dios lo había perdonado, pero no pudo hallarla.
Cuando regresó a su hogar, ya con treinta y cuatro años, un amigo cristiano le preguntó sobre su vida espiritual. Joseph le comentó que nunca se había convertido, porque sabía que Dios no podía perdonarlo. Pero al reunirse con amigos cristianos y escuchar sus experiencias, se sintió seguro de que había experimentado una conversión genuina. ¡Se sintió un hombre nuevo!
Ahora le resultaba mucho más difícil dejar a sus familiares y amigos. Un día, mientras navegaba por las costas de Brasil, un grupo de piratas lo interceptaron, pero no encontraron el oro que habían ocultado en un caldero de sopa de carne. ¡Y eso que los piratas incluso tomaron un poco de sopa para cenar!
Continuará…