Matutina para Adolescentes, Martes 03 de Agosto de 2021

Un compromiso no muy sólido

“Así que ya no son dos, sino uno solo. De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido” (Mat. 19:6).

Debbie y Joe tuvieron una boda religiosa espectacular. Como parte del servicio, decidieron celebrar también una Santa Cena e invitar a los asistentes a participar. La novia y sus amigas usaron toda su creatividad para que el lugar luciera fantástico, con flores y tul. Luego todos comieron, y cada invitado recibió un marco plateado para llevar a casa de recuerdo.

El novio, un hombre de pocas palabras pero muchas sonrisas, apenas habló. Eso no fue problema, ya que Debbie entretenía a la multitud por los dos. Después de muchos años de amistad y de noviazgo, ella lo entendía muy bien a él. A ella le encantaba estar rodeada de amigos, mientras que Joe se sentía satisfecho con uno o dos, o ninguno. No necesitaba y tampoco le gustaba tener gente alrededor, y Debbie lo sabía. Pero luego de casarse, Debbie comenzó a sentirse mal por la falta de habilidades sociales de Joe. Comenzó a irritarle su desinterés por hacer amigos y, con el paso del tiempo, aquella frustración escaló: ya no le agradaba su esposo y no quería tenerlo cerca.

La promesa que había hecho de amarlo en las buenas y en las malas ya no le parecía importante. Quería salir, hacer amigos, y lo último que deseaba era vivir con aquella esfinge por el resto de su vida. El problema es –porque es un problema–, que los opuestos se atraen. El chico extrovertido con un millón de amigos, que siempre tiene cosas que hacer, al que le suena el celular todo el día, se siente atraído por una mujer tímida, porque representa tranquilidad. En la tranquilidad rutinaria de los días de ella, él representa la emoción. Pero conviviendo las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, sin mucha comprensión y, sí, sin mucho compromiso, pueden volverse locos mutuamente.

No se puede culpar a nadie por ser lo que es. Gran parte está en su ADN. Es cierto, todos necesitamos crecer, aprender y mejorar. También es cierto que podemos aprender a cambiar o a ser diferentes. Pero no te cases con la idea de que puedes transformar a tu pareja en la persona que quieres que sea. No es justo para ninguno de los dos, y el compromiso de amar, honrar y respetar, es en verdad una promesa sagrada que se hace tanto a nuestra pareja como a Dios.

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