Matutina para Adolescentes, Martes 15 de Junio de 2021

Con un ave en la mano – parte 1

“Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios” (Éxo. 20:12).

Cuidar los tres gatos, el perro y dos loros de la vecina durante una semana, no podría ser más fácil, gracias a las cinco páginas de instrucciones detalladas que contenían una descripción general del estilo de vida de cada uno de ellos. Por ejemplo:

Cuidado del perro: Sus necesidades. Si lo sacas por el garaje, se te hará fácil evitar que los gatos escapen. Si usas la puerta principal de la casa, trata de mantener a todos los gatos adentro. De todas maneras, si Morris, Joey o Bootsie se escapan, no te preocupes demasiado: regresarán solos.

Cuidado de las aves: La comida. Molly: de 3 a 4 manís diarios. Baby: de 4 a 5 manís todos los días. Si se acaba el maní, consigue maní tostado seco (sin sal) en cualquier supermercado.

Puedes darles merienda. Les gustan las manzanas, las bananas, las galletas saladas, el pan, la masa de pizza y las palomitas de maíz. Trata de que los trozos sean pequeños, para que puedan sostenerlos con sus patas. Nada de chocolate ni nueces: el azufre y el chocolate son venenos para ellos.

Sus alas no están recortadas, así que no las dejes salir de la jaula. Volarán por la casa y golpearán las ventanas para tratar de escaparse.

Rocía a Baby Grey al menos una vez al día con el atomizador que está junto a su jaula. Le encanta eso y necesita la humedad, así que rocíala hasta que esté bien empapada. Si se te acerca, rocíala suavemente. Le gusta beber del agua del rociador.

Cuando la vecina y su esposo se fueron de viaje, me instalé en su casa durante la semana. A Shane, el perro, le gustaba juguetear en el sótano. A los gatos les gustaba masticar teléfonos celulares (bueno, en verdad ya estaba harto de mi teléfono, aunque todavía funcionaba). Y a Molly le gustaba hablar.

–¿Un bañito? –me decía chillando.

–Todo el que quieras, Baby Grey –le decía yo.

A mí me gustaba conversar con las mascotas, así que tener una que respondiera era maravilloso.

–¿A dónde vas? –me decía.

–A la cocina –le respondía yo– hacia donde no puedes volar.

La rutina se me hizo agradable. Pero estaba a punto de aprender una lección importante: nunca confíes en un animal cuya nariz parece una garra.

Continuará…

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