Sodoma y Gomorra
«Este fue el pecado de tu hermana Sodoma: ella y sus aldeas se sentían orgullosas de tener abundancia de alimentos y de gozar de comodidad, pero nunca ayudaron al pobre y al necesitado». Ezequiel 16:49
¿En qué piensas cuando alguien habla de Sodoma y Gomorra? ¿Exceso de pecado? Sobrecarga sensorial? ¿Perversiones sexuales? Para la mayoría, estos nombres evocan imágenes de decadencia, depravación, orgías, fornicación o como prefieras llamarlo. Pero para el profeta Ezequiel, que escribió bajo la inspiración de Dios mil años después, el pecado de Sodoma podría resumirse en una sola palabra: orgullo.
Eran arrogantes, fanfarrones y despreocupados. Mientras miles de personas sufrían a su alrededor, los habitantes de Sodoma simplemente hacían la vista gorda. Hoy en día, escucho a muchos cristianos hablar más de inmoralidad sexual que de orgullo y codicia. Después de todo, nuestro mundo está cimentado en la codicia y el orgullo. Si algunos se salvan, bien por ellos.
No hay duda de que la inmoralidad sexual de Sodoma y Gomorra se sumaba a los pecados que produjeron la ira de Dios, pero tengo la impresión de que no fue eso lo que selló su destino. En los Evangelios, Jesús entabló vínculos con personas con pasados sexuales vergonzosos, pero a los arrogantes y a los orgullosos no les daba ni la hora. Mientras que Jesús le dijo a la mujer descubierta en adulterio «ni yo te condeno», criticó a los arrogantes y orgullosos por su hipocresía («sepulcros blanqueados», les dijo).
Luego de que Abraham rescatara a su sobrino Lot y a sus vecinos de cuatro reyes saqueadores que los habían tomado como rehenes, se encontró con dos personas con el piadoso Melquisedec, que le ofreció pan y vino y una bendición; y con el rey de Sodoma, que haciendo caso omiso de la antigua tradición y la cortesía habitual, solo le hizo demandas a Abraham: «Dame a las personas y quédate con las cosas».
Cuando los ángeles investigadores de Dios dieron un último reconocimiento a Sodoma y visitaron la ciudad para ver cómo los trataría la gente, solo Lot mostró la debida hospitalidad.
En una época donde no existían hoteles ni restaurantes de comida rápida, una sociedad debía ser hospitalaria. Pero ellos solo pensaban en sí mismos, en cómo utilizar a los visitantes para su propio beneficio; en cómo abusar de ellos para sus propios intereses. Y aunque Dios le había prometido a Abraham que perdonaría a Sodoma si solo había diez personas justas en ella, aquella noche se descubrió que esa cifra era demasiado elevada.