Matutina para Adolescentes, Jueves 12 de Agosto de 2021

La leyenda del Xenía

“Trátenlo como a uno de ustedes; ámenlo, pues es como ustedes. Además, también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor su Dios” (Lev. 19:34).

Hay quienes dicen que “el amor mueve el mundo”, pero para muchos, ni siquiera llega a la acera de enfrente. Basado en las creencias de los antiguos griegos, C. S. Lewis escribió un libro sobre los cuatro tipos de amor: ágape, fileo, storgé y eros. Pero dejó de lado un tipo de amor que es muy importante: el amor xenía, que es el amor a los desconocidos.

Los demás amores son fáciles de entender: el ágape lo abarca todo; el filial a la familia, el cariño y la amistad; y todos conocemos el ardiente eros. Pero, ¿amar a los desconocidos? Eso no está en la naturaleza humana, ¿verdad? Al menos no en este mundo moderno que le tiene miedo a los emigrantes, construye muros fronterizos e incluso en casos promueve la limpieza étnica. Probablemente has escuchado la palabra “xenofobia”, ¿pero has escuchado hablar de la xenofilia? Es obvio que para nosotros, hoy, “desconocido” significa “peligro”. Pero para los antiguos griegos, que vivían en un mundo en el que no había hoteles ni hospitales, el amor xenía era esencial y lo consideraban la forma de amor más noble, pura y esencial.

Es fácil amar a personas que se parecen a nosotros, que disfrutan de la misma música, comparten los mismos gustos de la moda, son hinchas del mismo equipo de fútbol y votan por el mismo partido político. Sin embargo, las personas que son diferentes, que se ríen de los chistes que no son divertidos, que usan ropa que ofende nuestro gusto o simplemente que nos caen mal, no están incluidas en nuestros niveles de paciencia y amor. Lo cual nos lleva a una de las partes más ignoradas de la Biblia. Son pasajes aislados que aparecen aquí y allá en el Antiguo y el Nuevo Testamento, especialmente en la ley mosaica. Nos dicen que cuidemos de los desconocidos y los extranjeros que están en nuestro medio.

“No rebusques todas las uvas de tu viñedo ni recojas las uvas caídas; déjalas para los pobres y los extranjeros” (Lev. 19:10).

“Ustedes, pues, amen al extranjero, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto” (Deut. 10:19).

“No cometan ninguna injusticia con los extranjeros ni con los huérfanos, ni tampoco tomen en prenda la ropa de las viudas” (Deut. 24:17).

Es fácil amar a los que son como nosotros, pero ¿amar a los desconocidos? Eso proviene de Dios.

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