
«Les digo que así mismo se alegran los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (Lucas 15:10).
Reflexionemos en la historia de una joven que extravió una de sus preciadas monedas. Puso la casa patas para arriba, buscando en todos los rincones. Finalmente, cuando la encontró, su alegría no tenía límites. Con esta sencilla experiencia, Dios nos recuerda el inmenso valor de cada alma perdida y la celebración que brota en el Cielo cuando una sola persona se arrepiente y regresa a Dios.
Así como la mujer de la parábola buscó diligentemente su moneda perdida, Jesús considera a cada persona como valiosísima y busca a cada persona que se aleja de él, de forma persistente. Nadie está fuera del alcance del amor y la gracia de Dios. Nunca debemos subestimar el valor de aquellos que creemos espiritualmente perdidos.
La parábola resalta, además, el gozo que se vive en el Cielo por un pecador que se arrepiente. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a ser instrumentos de la gracia de Dios, ayudando a los perdidos a encontrar el camino de regreso a él.
Nosotros también podemos seguir el ejemplo de la mujer de la parábola, y ser diligentes en tender la mano a los que necesitan volver a Cristo. Nuestra misión es guiarlos de regreso al abrazo amoroso de Dios. Esto requiere paciencia, compasión y esfuerzos persistentes para compartir el mensaje de salvación. Mateo 18:14 nos recuerda: «Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños».
La parábola nos recuerda el valor ilimitado del alma de cada persona y la celebración celestial que ocurre cuando un pecador se arrepiente. Como seguidores de Cristo, nuestra misión es buscar diligentemente a los perdidos, guiarlos de regreso a Dios y compartir el gozo de su restauración.
Oración: Querido Dios, concédeme la sabiduría, la compasión y la diligencia para tender la mano a aquellos que te necesitan conocer mejor, para guiarlos de regreso a tu abrazo amoroso.

