Matutina para Adolescentes, Martes 20 de Abril de 2021

El dolor de la pérdida – parte 1

“Y Jesús lloró” (Juan 11:35).

Eran las doce de la noche cuando me despertaron los gritos de mi hermana. Louis, su prometido, había estado tratado de escapar de su pasado durante el tiempo que estuvo con nosotros; lamentablemente, nunca supo enfrentar sus problemas (mentiras, abuso) y se sentía como en arenas movedizas de las que no podía escapar. Lo encontramos sin signos vitales junto a la bañera. Aunque su piel aún tenía color, había perdido el brillo de los ojos y su cuerpo atlético estaba flácido como la gelatina. Murió instantáneamente porque su corazón no pudo resistir la sobredosis de cocaína y heroína. Sus últimas palabras fueron “Te amo” y, seguidamente, este joven prometedor dio su último aliento medio siglo antes de lo debido.

Una hora después, yacía en la oscura habitación de un hospital, con una sábana y una inútil máscara de oxígeno; mientras su rostro, sus manos, sus brazos y sus pies se iban poniendo grises. Era como una llama brillante que se iba apagando hasta convertirse en cenizas. Mi hermana y un amigo le sacaron el anillo de compromiso. Ese día amanecimos allí.

Extrañé su sonrisa, la forma en que cuidaba de mi abuelo, su avidez por agradar a los demás. Eché de menos el aroma de las pizzas que hacía a medianoche mientras yo permanecía clavado en la computadora. Extrañaba la algarabía de los juegos de mesa que escuchaba desde la otra habitación, las meriendas y los chistes… Y reflexioné en la sucesión de engaños que tenían el propósito de desviar nuestra atención de todo lo que lo estaba desgarrando por dentro. Se había aferrado a Dios y solo podíamos confiar en que finalmente le había entregado su vida.

El dolor es como la picadura de un mosquito: en un momento estás jugando en la hierba, y lo siguiente que sientes es una picazón insoportable en el hombro. Aunque pasen los años, de repente la tristeza de la pérdida irreparable nos invade, los recuerdos afloran y nuevamente las lágrimas brotan de los ojos.

Lo extraño del dolor es que también puede ser agradable. Quién podría imaginar que un fuerte sollozo es como un masaje espiritual. “Haz presión en ese músculo… un poco a la derecha… un poco más arriba… ¡ahí!” Casi nos sentimos culpables por disfrutarlo, pero al mismo tiempo agradecidos por poder liberar un poco de tensión. Pero las lágrimas no resucitan a los muertos. Solo sirven para ayudarnos a dejarlos ir.

¿Y cómo superar la pérdida? Ese es otro tema.

Continuará…

LH

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