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«El amor debe ser sincero. Aborrezcan el mal; aférrense al bien» (Romanos 12:9).
Dediquemos unos momentos a la historia de Ananías y Safira, que se encuentra en Hechos 5:1 a 11. Ellos estuvieron entre los primeros creyentes en la comunidad cristiana. En cierto momento, decidieron vender una propiedad y quedarse deshonestamente con una parte de las ganancias mientras presentaban el resto como el precio completo. Este relato bíblico nos recuerda la importancia de la sinceridad en nuestras acciones, y responde a la pregunta: ¿Qué valora Dios?
Amor sincero. Romanos 12:9 nos instruye a tener amor sincero, aborrecer el mal y aferrarnos al bien. La sinceridad en nuestro amor por Dios y por los demás es un aspecto vital de nuestra fe. El amor sincero
significa preocuparse genuinamente por el bienestar de quienes nos rodean, extendiendo bondad y compasión a todos.
Corazones veraces. Salmo 51:6 enfatiza el significado de la verdad en nuestro ser interior. Un corazón
sincero es aquel que valora y encarna la veracidad. Esta veracidad se extiende más allá de las meras palabras;
abarca una auténtica alineación de nuestras convicciones internas con nuestras acciones externas.
Actos de integridad. Proverbios 10:9 nos recuerda que quienes caminan en integridad, caminan con seguridad. La sinceridad y la integridad en nuestras acciones son atributos que Dios valora. Vivir con integridad significa tomar decisiones que se alineen con nuestros valores, lo que genera una sensación de seguridad y paz.
Así como Dios valora la veracidad, nuestra fe debe caracterizarse por un amor sincero, corazones veraces y actos de integridad. Mediante la guía de Dios podemos cultivar la sinceridad en nuestra vida diaria.
Oración: Querido Dios, te pido que me des un corazón sincero, lleno de amor genuino y veracidad. Ayúdame a caminar en integridad y a vivir mi fe con autenticidad.