«Por eso digo que el reino de Dios se les quitará a ustedes y se le entregará a un pueblo que produzca los frutos del reino» (Mateo 21:43).
Imagina al propietario de un viñedo: plantó un viñedo, colocó un cerco a su alrededor, cavó un lagar y construyó una torre. Lo alquiló a inquilinos y se fue a otro país. Pero, cuando llegó el momento de recoger la fruta, los labradores se negaron a hacerlo, e incluso maltrataron a los mensajeros del dueño. La historia de estos labradores nos recuerda que Dios nos ha confiado el cuidado de su Creación, y espera que demos los frutos de la justicia en su nombre.
Somos mayordomos de las bendiciones y de la Creación de Dios. Se nos confía la Tierra y los recursos que hay en ella. Por supuesto, con la confianza viene la responsabilidad; somos llamados a administrar estos dones de forma sabia, dando fruto para el Reino de Dios.
Las acciones de los inquilinos de la parábola reflejan un espíritu de codicia y egoísmo. Es importante examinar nuestra propia vida en busca de tendencias similares que nos impidan producir los frutos del amor, la bondad y la generosidad, que el Espíritu quiere producir en nuestra vida.
Dios desea que llevemos el fruto de la justicia, que sigamos sus mandamientos y que crezcamos en la fe. Nuestra parte para lograr este resultado es vivir una vida de oración, estudio de su Palabra y obediencia a su voluntad.
La parábola de los labradores nos recuerda que Dios espera que seamos fructíferos y que utilicemos nuestra vida para los propósitos de su Reino. Como mayordomos fieles, debemos rechazar la codicia, priorizar la justicia y cultivar un corazón que busque dar los frutos del amor, la gracia y la misericordia de Dios.
Oración: Perdóname, Señor, por las veces que actué con codicia o egoísmo. Ayúdame a dar el fruto de tu justicia, amor y misericordia.
