Santos
“A todos los que estáis en Roma, amados de Dios y llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Romanos 1:7).
¿En serio la Biblia me hace un llamado para que yo sea un santo? ¿Qué significa ser un santo? ¿Una imagen en un vitral colorido y costoso en lo alto de una iglesia? ¿Una estatua que en su cabeza tiene una aureola? ¿Habrá que esperar a que una persona muera para declararla y canonizarla como santo y hacerla objeto de culto? En el vocabulario popular, algunos se expresan así: “Tal persona es un santo”, y se refieren a su disposición y su conducta. El diccionario define como “santo” a la persona que carece de toda culpa, que es perfecta y llena de bondad, y dedicada totalmente a Dios.
Sin embargo, cuando la Biblia y Pablo se refieren a “ser santos”, siempre se trata de personas vivas. Pablo con frecuencia llama “santos” a los cristianos. Esto sucede 38 veces en todos sus escritos. Ahora bien, el título de “santos” ¿es un estatus o un estilo de vida? En la Biblia, “santo” es aquello que se dedica a Dios, y puede tratarse del templo, del sábado, del matrimonio, del pueblo y el sacerdocio. Así, para Pablo, la dedicación y la obediencia son parte de la santidad. Santos son aquellos que por su profesión de fe y bautismo pueden considerarse como separados del mundo y consagrados a Dios.
En este caso, Pablo llama “santos” a los creyentes de Roma, en virtud de que Dios los ha llamado para separarse, apartarse del mundo, de otros cultos, y dedicarse al servicio de Dios. No son llamados por ser santos, son llamados santos en virtud del poder de Dios y de la obra transformadora del Espíritu Santo.
Entonces, es interesante destacar que la declaración previa dice “amados de Dios”. Es decir, es por su amor y por sus méritos que se nos convoca y se nos llama a ser santos. El santo es una persona cuya culpa ha sido borrada sobre la base de aceptar a Jesús por medio de la fe y la gracia ofrecida por el sacrificio de Cristo, y que, en consecuencia, gracias al poder del Espíritu, que mora en él, decide vivir para la gloria de Dios, apartado y consagrado para servir al Señor.
En este sentido, Elena de White asevera: “El que está procurando llegar a ser santo mediante sus esfuerzos por observar la Ley está procurando una imposibilidad. Todo lo que el hombre puede hacer sin Cristo está contaminado de egoísmo y pecado. Solo la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacernos santos” (El camino a Cristo, p. 60).
El gran reformador John Wesley había hecho un pedido: “Denme cien hombres que no teman más que al pecado y no deseen más que a Dios, y cambiaré el mundo”. ¿Quieres ser parte de este grupo hoy y siempre?