¡Siempre sembrando!
“En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia” (1 Corintios 16:1).
En 1 Corintios 16, observamos lo siguiente: Pablo y los hermanos de Corinto tenían sensibilidad para ayudar a las personas necesitadas; Pablo fortalecía la fe de la iglesia orientando sobre cómo vivir la vida cristiana; se ocupó de acompañar y capacitar a los dirigentes, y animó a la iglesia a estar atentos y conscientes de los desafíos de la vida cristiana.
Marcos Rafael Blanco Belmonte, en su prosa “El sembrador”, nos resume el desafío de desarrollar una conducción perseverante que integre personas y recursos para cumplir la misión:
“Una tarde de otoño subí a la sierra, y al sembrador, sembrando, miré risueño. ¡Desde que existen hombres sobre la Tierra nunca se ha trabajado con tanto empeño!
“Siembro robles y pinos y sicómoros; quiero llenar de frondas esta ladera, quiero que otros disfruten de los tesoros que darán estas plantas cuando yo muera.
“¿Por qué tantos afanes en la jornada sin buscar recompensa?, dije. Y el loco murmuró, con las manos sobre la azada: Acaso tú imagines que me equivoco; acaso, por ser niño, te asombre mucho el soberano impulso que mi alma enciende; por los que no trabajan, trabajo y lucho; si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!
“Por eso, cuando al mundo, triste, contemplo, yo me afano y me impongo ruda tarea, y sé que vale mucho mi pobre ejemplo, aunque pobre y humilde parezca y sea.
“Hay que luchar por todos los que no luchan. Hay que pedir por todos los que no imploran. Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan. Hay que llorar por todos los que no lloran. Hay que ser cual abejas, que en la colmena fabrican para todos dulces panales. Hay que ser como el agua que va, serena, brindando al mundo entero frescos raudales. Hay que imitar al viento, que siembra flores lo mismo en la montaña que en la llanura. Hay que vivir la vida sembrando amor, con la vista y el alma siempre en la altura.
“Dijo el loco, y con noble melancolía por las breñas del monte siguió trepando, y al perderse en las sombras, aún repetía: ¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!”