Adoptados
“Así también nosotros, cuando éramos niños estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo” (Gálatas 4:3).
Somos hijos de Dios por medio de la fe en Cristo, nacidos en la familia de Dios y con todos los derechos. Cuando un pecador es salvo, tiene la condición de niño recién nacido que necesita crecer; pero, en cuanto a su posición, es un hijo con todos sus derechos. La puerta de entrada a la adopción es la conversión.
En el Imperio Romano, los hijos de los ricos eran cuidados por esclavos y estaban bajo la supervisión de un siervo. El niño no era tan diferente del siervo que lo cuidaba. El siervo recibía órdenes del dueño y el niño recibía órdenes del siervo.
Los romanos aguardaban a un Libertador. Las religiones antiguas estaban muriendo, y las filosofías antiguas estaban vacías y eran impotentes. Nuevas religiones extrañas estaban invadiendo el Imperio. El hambre espiritual reinaba por doquier.
El contraste aquí no está entre niños e hijos adultos, sino entre esclavos e hijos. Como el hijo pródigo, los gálatas querían que su Padre los aceptara como siervos, cuando realmente eran hijos. El hijo tiene la misma naturaleza que el padre, no así el esclavo. El hijo tiene padre, mientras que el esclavo tiene amo. Ningún esclavo puede llamar a su amo “Padre”. Cuando el pecador confía en Cristo recibe al Espíritu Santo, quien le da testimonio de que es hijo de Dios.
El hijo obedece por amor, mientras que el esclavo obedece por temor. Los esclavos obedecían a sus amos por temor al castigo; los soldados vencidos obedecían a sus vencedores por temor a la muerte; las civilizaciones antiguas obedecían a sus dioses por temor a recibir su ira. Hoy el temor sigue movilizando a muchos. Empleados que obedecen a sus jefes por temor a ser despedidos, pacientes que obedecen a sus médicos por temor a la muerte, y hasta cristianos que obedecen a Dios por temor a maldiciones presentes y castigos eternos.
“Dios tiene dos tronos. Uno en lo más alto de los cielos y otro en el más humilde de los corazones” (D. L. Moody). Por amor nos adopta, nos hace hijos y herederos, a fin de que por amor vivamos dependiendo del Señor y haciendo su voluntad.