Viernes 10 de Septiembre de 2021 | Matutina para Adultos | En la cumbre

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En la cumbre

“Ellos mismos cuentan de nosotros cómo nos recibisteis y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:9, 10).

El propósito de la vida es servir a Dios y esperar el regreso de Cristo. El apóstol pone un énfasis constante en el magno segundo advenimiento de nuestro Señor. Esa espera no es ociosa. Es una espera combinada con la acción. Por eso, el apóstol presenta a Cristo como el Hijo de Dios y su resurrección es una prueba de ello. 

Aldo cuenta que el viento helado golpeaba su rostro. El 8 de febrero de 2005 quedó solo en Plaza de Mulas, el campamento base de Aconcagua, la montaña más alta de América. Su compañero de expedición tuvo que regresar a casa por una molesta lesión en su rodilla. En esos momentos, vino a su mente una vieja receta que usaba desde los doce años, superexitosa, la que siempre lo ayudaba: orar buscando la ayuda de Dios.

En su mochila estaba la sección de la Biblia con los Salmos, Proverbios y Eclesiastés. Sentado en la roca, comenzó a leer, renovando fuerzas para retomar la expedición:

“¿Por qué te abates, oh alma mía, y porque te turbas? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal. 42:11). 

Los que estaban a su alrededor eran extraños. Nadie sube con desconocidos. Tres escaladores decidieron seguir juntos y ayudarse mutuamente. Aldo subió solo. Esto era muy peligroso, no solo por los accidentes, sino también por la salud. Tanto el edema de cerebro, como el de pulmón, pueden provocar la muerte si no son tratados inmediatamente. Finalmente, Aldo llegó a la cumbre. ¡Se terminaron las piedras y el piso se hizo plano! Alguien lo abrazó y le dijo: “¡Llegaste! ¡Y llegaste solo!” 

Aldo solía contar que subió el Aconcagua solo, pero que, en realidad, él está seguro de que no lo estaba. Sabe que Dios lo acompañó en cada paso, cuidó su camino, lo guio a la cumbre y lo trajo sano de regreso a casa.

Nosotros también estamos escalando los últimos tramos de la escarpada historia de este mundo. Tenemos que hacer cumbre en el Monte Sion. No estamos solos. No podemos quedarnos en la base del campamento. Tenemos que invitar a otros e ir juntos; esperamos su venida, marchando de manera constante. 

“Su don nunca podrá ser sobrepasado […]. El Calvario representa su obra cumbre” (Elena de White, Nuestra elevada vocación, p. 15). En la cumbre del Calvario, Jesús hizo su obra cumbre, para que pronto hagamos cumbre en su Reino y para siempre.

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