Dios nos enseña la obediencia
“El que dice que está en él debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6).
Algunos podrían pensar que siendo que Cristo era el Hijo de Dios, no tenía necesidad de obedecer, pero esto es lo que dice la Biblia: “Aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Heb. 5:8). Es demasiado claro entonces que la obediencia tiene un papel preponderante en la vida de Cristo y, por ende, en la experiencia cristiana genuina.
¿Cómo anduvo Jesús? Es decir, ¿cómo vivió Jesús? El álbum de retratos que tenemos en los Evangelios sobre la vida de Cristo nos ayuda a contestarla. Gracias a esos vistazos que tenemos de su paso por este mundo podemos concluir que estuvo caracterizado por un amor incondicional a Dios, una obediencia a toda prueba, un amor insuperable por los seres humanos y una consagración total al servicio del Padre y de la humanidad. En este marco podemos entender todos los milagros, las enseñanzas, los actos públicos y privados de Jesús, nuestro modelo.
En cuanto a la obediencia de Jesús, dice Elena de White que “tanto física como espiritualmente, era un ejemplo de lo que Dios quería que fuese toda la humanidad mediante la obediencia a sus leyes” (El Deseado de todas las gentes, p. 34). Jesús fue obediente a sus padres terrenales, pero sobre todo a su Padre celestial. El resumen que hace la Biblia de su capacidad de obedecer es este: “Se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte en la cruz!” (Fil. 2:8, NBV).
Algunos podrían pensar que siendo que Cristo era el Hijo de Dios, no tenía necesidad de obedecer, pero el cuadro bíblico señala en la dirección diametralmente opuesta: “Aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Heb. 5:8). Es demasiado claro entonces que la obediencia tiene un papel preponderante en la experiencia cristiana genuina.
En segundo lugar, el texto de hoy nos desafía a que andemos como Jesús anduvo, es decir, a que vivamos como él vivió. Dios quiere que nuestra relación con él se caracterice por una obediencia nacida del amor y la fe. El Señor visualiza una relación con nosotros dentro de la cual obedecerlo nos produzca gozo.
No tiene sentido desear ser como Jesús si no estamos dispuestos a obedecer como Jesús. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo, porque muchas veces obedecer conlleva sufrimiento y persecución; sin embargo, Dios nunca nos ha dado una norma menor ni un ideal más rebajado. Todavía hoy, “el que dice que está en él debe andar como él anduvo”.