Un Padre que provee para todas nuestras necesidades
“Dios el Señor había plantado un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre que había formado. Dios el Señor había hecho nacer de la tierra toda clase de árboles hermosos y buenos para comer. También el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal” (Génesis 2:8, 9).
Recuerdo el día que nació mi hija Chantti y el día que fui a recoger al aeropuerto a mi hijo Alan, que nació lejos de donde vivíamos. Recuerdo cómo su madre y yo hicimos arreglos para recibirlos: la primera ropita, sus cuartos, los utensilios para comer, algunos juguetitos, y unos cuadros de Jesús para que, la primera vez que echaran un vistazo a su habitación, supieran que iban camino al bautisterio. Estábamos felices; nos preguntábamos constantemente qué necesitaba un bebé, porque queríamos tenerlo todo listo cuando llegaran. Así es como veo a Dios en el texto de hoy. Léelo de nuevo tratando de imaginarlo en cada cosa que hizo.
No hay duda: he aquí un retrato de Dios que lo muestra como un Padre feliz por la llegada de sus hijos, que con presteza se ocupa en proveer para todas sus necesidades, materiales y espirituales. Es interesante que, cuando aún no existía el pecado en este planeta, Dios ya se ocupaba de proveer para las necesidades de sus hijos. Cuando Dios creó al hombre, ya antes le había hecho una casa y preparado comida de la buena. El afán descontrolado de los seres humanos de hoy tras las cosas materiales no es algo natural; es un claro indicio de que nos hemos alejado de Dios.
Además de proveernos casa y comida (necesidades materiales), Dios plantó el árbol de la vida para mostrarnos que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios?” (Mat. 4:4). Era como decirle a un bebé: aunque ya tienes casa y comida, tu existencia sigue dependiendo de mí. Esta es la misma lección que necesitan aprender quienes, teniendo cosas materiales, se olvidan de Dios creyendo que no lo necesitan.
Finalmente, Dios puso el árbol del conocimiento del bien y del mal, que es como el cuadrito de Jesús que mi esposa y yo les colocamos a nuestros hijos en sus cuartos. Era el recordatorio de que la única forma de mantenerse seguros dentro del paradisíaco jardín era manteniéndose obedientes al Padre.
¿Qué te parece si le damos las gracias?
Amén, gracias por supliendo mis necesidades y aun más. Gracias por su promesa hasta mis canas me sostendrán.