¿Cuál es la orden de marcha?
“Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Pablo ha enfatizado que la salvación es por la gracia y que la aceptamos por medio de la fe. De ninguna manera este “ocuparse en la salvación” contradice su prédica. Es la misma gracia de Dios la que nos lleva al fruto. Es decir, solo aquel que acepta ampararse en la gracia se puede ocupar, dedicar y trabajar por su salvación y la del prójimo.
La Biblia enseña que debemos cooperar con el llamado de Dios, despojarnos del viejo hombre, correr con paciencia, resistir al diablo y perseverar hasta el fin.
Ocuparnos con temor y temblor no significa un terror servil, sino una honesta y prudente desconfianza propia. Tenemos que “temer” que nuestra voluntad no esté rendida permanentemente a Cristo. Cuanto más reconocemos nuestra impotencia, más nos aferramos a su fortaleza. A mayor desconfianza de nosotros, mayor confianza en él.
En verdad es Dios quien está obrando. El apóstol destaca que el poder para la salvación viene de Dios, y que obra en nosotros para cumplir su propósito. Y eso ocurre de manera igualitaria tanto en el querer, es decir en el estímulo, deseo o determinación inicial, como también en el hacer; es decir, en el poder para llevar adelante nuestra decisión. En el querer, nuestros pies que estaban afuera del camino son colocados en el camino, nuestros tobillos entumecidos por el pecado son despertados y afirmados. En el hacer, nuestros pies se movilizan rumbo a la meta, en el camino cierto, en la dirección adecuada y en la velocidad correcta.
Se cuenta que una vez le preguntaron al duque de Wellington sobre el porcentaje de probabilidad de éxito en el esfuerzo misionero entre los paganos. Él contestó: “¿Cuál es vuestra orden de marcha? El éxito no es una cuestión que os toque discutir. Si mal no entiendo, las órdenes que se os dan son estas: ‘Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura’. Caballeros, obedeced vuestras órdenes de marcha” (ver Elena de White, Obreros evangélicos, p. 120).
La orden de marcha es fuerte y clara, tanto en relación con nuestra propia salvación como en cuanto a la salvación de nuestros semejantes.