
Conjugando el verbo amar
«En el principio era el Verbo […] y el Verbo era Dios» (Juan 1: 1).
Tras graduarme en la Universidad de Valencia, mi primer empleo fue como profesor de español en Francia. Recuerdo muy bien que la gramática castellana que usaba presentaba el verbo «amar» como el verbo regular modelo de la primera conjugación.
Me parece magnífico que la gramática considere al verbo «amar» como un verbo modelo y, por supuesto, no tengo ninguna objeción en que gramaticalmente lo considere un verbo regular. Otro asunto muy diferente es la realidad de ese verbo «amar» en nuestra vida afectiva. Que de regular tiene bien poco. Tendría que ser un verbo reflexivo, pero suele ser más a menudo predicativo o copulativo. No es regular ni en sus modos, ni en sus voces, ni en sus tiempos, ni en sus números, ni en sus personas. De hecho, se conjuga mal en imperativo y demasiado a menudo en términos probatorios. Su presente es más imperfecto que simple, su pasado suele ser anterior y su futuro siempre es condicional.
No es fácil de entender, a la primera, que el Evangelio de Juan describa al Cristo encarnado con la metáfora de «el Verbo de Dios». El término «verbo» (del latín verbum, «palabra») en griego es logos, un vocablo abstracto, filosófico, que significa a la vez «la idea, el pensamiento y la palabra en acción». Intentando explicarlo en un lenguaje muy simplificado, podríamos decir que si Dios es amor (ver 1 Juan 4: 8) y Jesús es la expresión de Dios, Jesús es el amor divino en acción y, por consiguiente, el verbo de Dios es el verbo amar. Pero amar (del griego agápē) en el sentido de «actuar en bien del otro».
¿Cómo conjugar el verbo «amar» en nuestra vida de creyentes? Jesús nos ha dejado muy claro cómo: «Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado» (Juan 13: 34, RVC). Así que para conjugar ese verbo en nuestra vida diaria lo más útil es procurar seguir las enseñanzas de Cristo: «Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor; así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (Juan 15: 10, RVC).
Para Jesús, el rasgo de carácter que debía identificar a sus seguidores tenía que ser el amor: «En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros» (Juan 13: 35, RVC). Para él la principal virtud es la que se forja en la conjugación repetida del verbo «amar», en todos sus modos, tiempos, voces, números y personas.
Enséñame, Jesús, a conjugar hoy el verbo «amar» según tus propias normas, aunque no estén en nuestra gramática.