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«Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Se difundió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los sanó. Y lo seguía mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán» (Mateo 4: 23-35).
Jesús tuvo su gran momento de éxito si, como piensan muchos, tener éxito es tener muchos seguidores. Celebridades, deportistas, artistas de cine o cantantes tienen éxito en las redes: YouTube, Facebook, X (antes Twitter), TikTok, Instagram, etcétera. Son famosos. Jesús también tuvo un momento en que «hacía y bautizaba más discípulos que Juan» (ver Juan 4: 1). Y «lo seguía mucha gente, porque veían los milagros que hacía con los enfermos» (Juan 6: 2, LP). Hasta el día en que «muchos de sus discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él» (Juan 6: 66, NVI).
Si tener éxito es tener mucho dinero y grandes posesiones, en su peregrinar por este mundo Jesús fue un fracasado: no tenía «ni donde recostar su cabeza» (ver Mat. 8: 20). En mi país dirían que no tenía «ni donde caerse muerto». Si tener éxito es conseguir el poder y dominar sobre otros, Jesús lo rechazó frontalmente porque cuando supo que «iban a venir para hacerle rey, se retiró al monte él solo» (ver Juan 6: 15). La fama, el dinero o el poder son cosas que la mayoría confunde con el éxito. Pueden resultar tentadoras para muchos, pero el extraordinario éxito de la vida de Jesús no le llegó por esos caminos. No le vino de lo que podría recibir de este mundo, sino de lo que estuvo dispuesto a dar.
El secreto del éxito de Jesús, que finalmente consiguió millones de seguidores y «todo poder en el cielo y en la tierra» (ver Mat. 28: 18), fue que pasó su vida «haciendo bienes […] porque Dios estaba con él» (Hech. 10: 38). Así fue capaz de cambiar el mundo, dando su vida por la felicidad eterna de todos los que aceptaron compartir con él su escala de valores.
El verdadero éxito está en el bien que estamos dispuestos a que Dios haga a través nuestro en cada momento de nuestra vida. Está en ser felices en lo que hacemos, haciendo felices a otros o, por lo menos, intentándolo. En la satisfacción última que sentimos en lo que hacemos, a la luz del ejemplo de Cristo, es decir, a la luz de la eternidad.
Ayúdame, Señor, a buscar más el servicio que el éxito.