Dios vela por nuestras familias
“Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Colosenses 3:18-20).
Estamos acostumbrados a ver, en el pasaje bíblico de hoy, una lista de deberes o un código de reglas para los miembros de la familia; pero yo quisiera proponerte que lo veamos desde la perspectiva de qué nos enseñan estos versículos sobre Dios. En otras palabras, no veamos simplemente deberes que cumplir o reglas que seguir, sino la forma en que Dios piensa de la familia y su plan para que funcione.
En primer lugar, el Señor nos muestra que, en su visión de la familia, es conveniente que los que la integran tengan un adecuado entendimiento de la autoridad y la sumisión. Cuando se nos dice que en el Señor conviene que las casadas estén sujetas a sus maridos, se nos está diciendo que Dios aprueba esta sujeción. Esto nos muestra que, para Dios, el matrimonio no se diseñó para personas egoístas e individualistas. El hogar no debe ser un campo de batalla sino un espacio para el entendimiento, la humildad y el respeto. Dios llama a la mujer a tomar el liderazgo en cuanto a la humildad y el respeto, sujetándose a su marido. Para preservar su matrimonio y lograr que esa unión sea apacible y respetuosa, sujetarse a su marido es una decisión cristiana y prudente, que derivará en bendición de Dios.
Pasemos ahora al marido: el Señor afirma que una necesidad de la familia es que el esposo ame a su mujer y, fruto de ese amor, la trate bien, sin asperezas. Sin ese amor masculino que no deja lugar a dudas en la mente de su esposa, no puede haber sumisión de ella, sino apenas miedo; y tampoco habrá verdadera autoridad cristiana, sino pura manipulación. Solo el amor puede hacer felices a los miembros de la familia. En realidad, no debería formarse un hogar sin amor, porque ¿cómo podría sostenerse? Dios responsabiliza al hombre de tomar el liderazgo en cuanto al ambiente de amor en su hogar, porque él es la cabeza del matrimonio.
Y Pablo también se dirige a los hijos, porque sabe que a Dios le agrada que obedezcan a sus padres. Dios incluso ha prometido larga vida a los que cumplan este deber sagrado. No cabe duda, pues, de que Dios vela por nuestras familias y las cuida para que sean un reflejo del amor y el orden que imperan en la misma Deidad. ¿No sería fabuloso si pudiéramos seguir su plan?