Sin salirme del camino
«Y sabéis el camino. […] Yo soy el camino […]; nadie viene al Padre sino, por mí» (Juan 14: 4, 6).
Mi padre me enseñó a conducir. Su coche era bastante viejo, por lo que no le importaba mucho ponerlo en manos de un principiante tan poco dotado como yo. Entonces vivíamos en una granja relativamente alejada de la población. Nuestras clases prácticas tenían lugar en el camino de tierra que llevaba a la carretera vecinal. Esta carretera era bastante estrecha y tenía a cada lado unas cunetas muy marcadas, sin ninguna protección. Si el auto caía en una de ellas nos iba a resultar difícil salir de nuevo.
Sin duda por eso, uno de los consejos que más me repetía mi padre era: «No te salgas del camino. Procura mantenerte hacia el centro de la calzada». Mientras mi padre permanecía a mi lado, junto al asiento del conductor, yo me sentía seguro porque sabía que él agarraría el volante Y me ayudaría a manejar el vehículo en caso de necesidad. La cosa ya se ponía un poco más seria si mi padre me dejaba conducir solo. A veces, desde la distancia, me guiaba con sus gestos, y con ellos solía indicarme que me situase más al centro del camino, o que me separase un poco de alguno de los extremos.
Desde entonces, hay algunos pasajes de la Biblia que se me han hecho muy concretos, en particular el que dice: «Tus ojos verán a tu Maestro» (Isa. 30: 20, RV77). «Entonces tus oídos oirán detrás de ti la palabra que diga: «Este es el camino, andad por él y no echéis a la mano derecha, ni tampoco os desviéis a la mano izquierda»» (vers. 21; cf. Deut. 17: 11).
Aunque creo haber aprendido bien aquellas lecciones de conducción que me dio mi padre, sus advertencias me recuerdan a menudo el consejo bíblico de no salirnos del camino trazado por Dios, en un mundo cada vez más polarizado y en el que parece difícil conservar el equilibrio, incluso en los ámbitos de la espiritualidad, la teología y la vida eclesial.
Por eso me gusta recordar la enseñanza de Jesús de que él es el camino. Mientras andamos en él todo va bien. Cuando nos apartamos hacia un extremo, o hacia otro, corremos el riesgo de caer en alguna cuneta.
Señor, ayúdame hoy a conducir mi vida sin apartarme ni un momento de ti, el verdadero camino que me lleva a la vida.