
«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1: 14).
Cuando nuestra hija era niña le encantaba que le contásemos historias. Leíamos juntos Las bellas historias de la Biblia y nos gustaba detenernos en sus bonitas imágenes. Un día, mientras estábamos contemplando juntos una bella imagen de Jesús con una niñita en sus brazos, Sonia exhaló un gran suspiro y dijo: «¡Cómo me gustaría que Jesús se saliera del cuadro del libro y viniera a estar con nosotros!».
Sin saberlo, mi hijita acababa de expresar uno de los más nobles y profundos anhelos del corazón humano. Hemos oído hablar mucho de Dios en la Biblia y en las iglesias. Hemos tenido emotivas vislumbres de su poder y belleza en la naturaleza. Pero nuestro corazón no está satisfecho. Quisiéramos que Dios saliera de esos cuadros distantes y del venerable libro, y viniera a estar con nosotros personalmente. Así lo verbalizó Felipe muchos siglos antes que Sonia:
«Muéstranos el Padre y nos basta» (Juan 14: 8).
Nuestro corazón es personal y necesitamos encontrarnos con una Persona. Las imágenes y los relatos sobre Dios no nos bastan. Cuando un niño llora porque ha perdido de vista a su padre, no le consuela que le digamos: «No llores, niño, te voy a hablar de tu papá. Mira, incluso te voy a enseñar unas fotos de tu papá». El niño va a seguir necesitando estar con su padre.
Es Navidad en nuestros calendarios. Y una gran parte del mundo cristiano celebra —a veces sin tener conciencia de ello
— que Dios ha salido del cuadro en la persona de Jesús: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1: 14). Este es el significado primero y último de la Navidad. Jesús es Emanuel, «Dios con nosotros» (Mat. 1: 23).
El gran desafío del ser humano a ese Dios, imaginado muy lejos allá en el cielo, siempre ha sido: «¡Baja, si eres hombre!». Y Dios ha dejado el cielo y ha bajado hasta nosotros. Ha salido del Libro. Ha dejado atrás las imágenes y los relatos y se ha hecho humano. Y ha llegado hasta nosotros en la persona de un niñito llamado Jesús.
Nuestra oración hoy podría ser la siguiente:
«Querido Padre: De la misma manera que tú has dejado el marco de los cielos y has salido del Sagrado Libro para venir a nuestro encuentro, ayúdame para que yo también me atreva, con tu poder, a salir de mi zona de confort y de mis prejuicios, y me acerque a quienes te buscan, a veces sin saberlo. Que mi propia vida sea un mensaje de Navidad para mi entorno, hasta el día en que estaremos contigo, definitivamente, en tu reino».

