“Este pueblo proclamará mis alabanzas”
“A este pueblo lo he creado para mí, y este pueblo proclamará mis alabanzas” (Isaías 43:21, RVC).
Gracias a Urbano, el ingeniero húngaro fabricante de cañones, el l7 de abril de 1453 el sultán otomano Mehmed II comenzó el bombardeo que provocaría la caída de Constantinopla, la capital del Imperio Romano de Oriente. Los turcos asumieron el control de la zona y bloquearon toda vía de comunicación con la ciudad. Finalmente, tras feroces batallas y un continuo bombardeo, Constantinopla cayó el 29 de mayo de ese mismo año.
Mientras el Imperio Bizantino se desmoronaba, y la ciudad era bombardeada, y miles de personas derramaban su sangre de un lado y del otro, los clérigos debatían un tema de “gran trascendencia” para la humanidad. Como Jesús había dicho que, tras la resurrección, seríamos como los ángeles del cielo, era de “suma trascendencia” que la gente supiera la respuesta a esta pregunta: ¿Cuál es el sexo de los ángeles? Los clérigos aspiraban a encontrar la respuesta antes de que el sultán se alzara con la victoria. Finalmente, “los turcos pusieron fin a todas las discusiones”.¹¹¹
Es asombrosa nuestra capacidad para debatir y disertar durante largas horas respecto a temas que no tienen la menor relevancia para el presente ni para el destino eterno de las personas. Mientras la ciudad ardía, los líderes religiosos debatían sobre el sexo de los ángeles. Perder nuestro valioso tiempo en discusiones irrelevantes quizá sea una muestra tangible de que los cristianos podemos caer en la tentación de olvidar quiénes somos y para qué estamos en el mundo. Si se nos ha olvidado esto, Pedro nos deja este recordativo: “Ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9, NVI).
Como hombres y mujeres que pertenecemos a Dios, estamos llamados a cumplir con la tarea de compartir con el mundo “las obras maravillosas” del que nos sacó de la oscuridad del pecado y nos llamó a vivir en su maravillosa luz.
Que las maravillas de nuestro Padre sean nuestro tema; que nuestros labios estén siempre listos para contar lo que éramos antes y lo que ahora somos en Cristo. Dios dijo en Isaías 43:21: “A este pueblo lo he creado para mí, y este pueblo proclamará mis alabanzas” (RVC). ¿Lo estamos haciendo?
111 Robert Fossier, The Axe and the Oath: Ordinary Life in the Middle Ages (Princeton/Oxford: Princeton University Press, 2010), p. 301.