Un Dios a quien la muerte no pudo sujetar
“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia nos regeneró para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pedro 1:3).
Uno de los grandes anuncios del evangelio es la resurrección de Cristo. La noticia de que la muerte no pudo retener al Hijo de Dios en las entrañas del sepulcro es la coronación de toda la obra que Jesús vino a realizar en esta Tierra. Este portentoso hecho nos enseña importantes lecciones acerca de nuestro Dios y de lo que está haciendo por y en nosotros.
El apóstol Pedro hace notar que la resurrección de Cristo hizo posible el cumplimiento de dos cuestiones trascendentales, que forman parte del plan de Dios para sus hijos: el nuevo nacimiento y la esperanza.
Debido a la resurrección de Cristo, sabemos que es posible para nosotros experimentar un nuevo nacimiento. Su resurrección es la garantía de que existe un poder capaz de darnos una vida nueva, en la cual el pecado no sea el poder supremo. De la misma forma en que la resurrección trajo a la vida al Cristo que murió por nuestros pecados, su poder traerá a una nueva vida a todos aquellos que, muriendo al pecado, lo aceptemos como nuestro Salvador. Esto es tan real y trascendental que el mismo Jesús afirmó: “Jesús respondió: Te aseguro, el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). El nuevo nacimiento queda simbolizado en la ceremonia del bautismo, en la cual celebramos públicamente la muerte al pecado, el poder de la resurrección para nuestras vidas y la entrada a una nueva vida en Cristo Jesús.
Debido a la resurrección de Cristo, tenemos una esperanza viva. “Viva” no solo porque el que nos da esta esperanza está vivo para siempre, sino porque nos asegura que, por ese mismo poder, el que cree en Cristo, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25). ¿Qué sería del cristiano sin la esperanza? Antes del nuevo nacimiento estábamos sin Cristo, sin esperanza y sin Dios en el mundo (lee Efe. 2:12); ahora, con Cristo y gracias a su resurrección, la esperanza nos permite soportar los golpes de la vida, sabiendo que hay otra vida mejor después de esta.
La resurrección de Cristo fue un evento que cambió la historia, cambió la vida de sus seguidores y el rumbo del movimiento que luego se conocería como cristianismo. Y de la misma manera cambia nuestras vidas hoy, porque las hace nuevas y les añade la esperanza. ¡Bendito Dios!